Tierra de infamias
Apocas horas de que una jueza haya absuelto a Laura Moreno y a Jessy Quintero de su supuesta participación en los hechos que causaron la muerte de Luis Andrés Colmenares, juicio en que por más de seis años fuimos testigos de cómo fluctúa la eficiencia del judicial, la incertidumbre vuelve a reinar entre quienes depositaron en tal proceso una esperanza más de que Colombia deje de ser tierra de infamias.
Porque, más allá de que exista una absolución determinada por falta de pruebas, –según algunas opiniones “era evidente que desde el comienzo debía haber absolución por duda razonable”– ante los ojos de un país que vio cómo a través de maniobras truculentas fueron desestimadas evidencias científicas que sugerían un homicidio, argumentando una muerte accidental, lo que por falta de material probatorio concluyó con un veredicto en favor de todos los acusados, es la demostración de que ese “Principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde” sigue siendo en Colombia una utopía. Y si algo hay que produce estragos incalculables en el deseo de los colombianos de emprender una transformación en torno a esa etérea virtud reconocida por la sociedad como bien común, que es la justicia, es constatar que el delito continúa haciendo carrera por efecto de procesos que terminan sin aparentes responsables. El caso Colmenares es repugnante por cuanto muestra el estado de indefensión a que estamos reducidos los humanos cuando, en esa articulación entre exigencia y obediencia que requiere el vivir en cumplimiento de la ley quedamos a merced de la voluntad de quienes administran la justicia, humanos como nosotros, pero que pueden llegar a ser en extremo inescrupulosos; de ahí que se haya instalado la vergonzosa impunidad que arrasó con las pautas que demanda toda sociedad para regular la conducta de sus miembros. Es esa constante falta de castigo, patrocinada desde los altos círculos de poder, la causa de que el delito sea el modelo más exitoso de supervivencia que se ha implantado en el país, destinándonos a ser tierra de infamias; una Colombia desprestigiada e inconexa con el pujante país pleno de naturaleza exótica que tanto nosotros, como el mundo, anhelamos disfrutar.
Cuando en tiempos de desmadrada violencia se creía que firmar la paz con los movimientos guerrilleros era imposible, quienes por distintas razones resolvimos apostarle a promover el lado bueno de nuestra patria, desarrollamos una estrategia cimentada en los avances que, en materia de seguridad, comenzaban a cambiar nuestra bárbara apariencia. La paz ya es una realidad, sin embargo, la amenaza hoy proviene de la delincuencia común. ¿Identificar y neutralizar las estructuras delictivas? Sin duda es fundamental; pero es la justicia, legalizando la impunidad como en el caso Colmenares, la que consolida las bases de la debacle social.