Agresividad exagerada
Algo muy extraño está sucediendo en Barranquilla en cuanto a las reacciones de los conductores de diferentes vehículos en la movilidad cotidiana. Intentamos sin éxito correlacionar estos comportamientos con algunos similares en la región o el país y no hemos hallado alguna respuesta coherente. La verdad, lamentable, es que cada día más las reacciones por choques, infracciones, imprudencias, desafíos a reglas y las leyes, contravenciones, todo esto ya representa el inicio de actos violentos, agresiones físicas y en algunos momentos intentos de homicidios o muerte definitiva. El caso es ya grave, diario, la misma Policía manifiesta que se han duplicado porque todo, hasta el más mínimo roce, quiere resolverse a las patadas o con los puñales.
¿Que realmente está sucediendo? Nos parece que el tema está sobradamente diagnosticado por expertos: sustancialmente la incultura ciudadana, pero la agresividad conlleva otros condimentos que la convierten en un fenómeno social digno de estudio. Porque no creemos que un error, una equivocación, una ligereza merezcan una navaja o un disparo. Ahí algo está moviéndose muy torcido. El diálogo se ha perdido y el razonamiento es una quimera. Los profesionales estudiosos hablan de las filas interminables en la ciudad que estresan al más sereno, las estrecheces económicas, a veces el clima sofocante, el taponamiento de vías, los insultos y retos permanentes al vecino en la forma de conducir, el total irrespeto a normas de tránsito –que parecen escritas en chino–, y esa marcada y estructurada irresponsabilidad ciudadana que a toda hora se niega a cumplir normas, a respetar, a buscar el bien común.
Hemos conversado con expertos de varias universidades, y llegan a la conclusión de que el génesis puede encontrarse en esa violencia congénita que llevamos los colombianos en nuestra psiquis sin que nos demos cuenta. Estamos acostumbrados a ella, convivimos con ella, socializamos con ella. El desarrollo, la evolución social el progreso, el civismo, son melodías románticas para los otros, pero no para nosotros. Ya hemos probado hasta el cansancio que como habitantes de Barranquilla no conocemos ni queremos conocer el verbo “esperar”, que significa de una manera simple ceder el paso, respetar el turno, hacer una fila y en el tránsito cumplir con el mínimo de normas, darles espacio a los demás, practicar la más desconocida de las palabras: cortesía.
Unas recientes estadísticas sencillas demuestran que se han duplicado los comparendos a las motocicletas que son un torbellino permanente en zigzag peligroso. Que los particulares creen que pueden hacer lo que les provoca a cada hora, como detenerse en una vía arteria a hora pico a comprar en la frutera y tomarse un jugo. Que los taxis no respetan ni vías, ni señales, ni carril de Transmetro ni el recorrido como colectivos, que está prohibido; que los buses tan grandotes se abren paso a trompicones y se llevan por delante al que sea. Si a este caos le sumamos el revólver, la puñaleta y la varilla, y en muchísimas ocasiones, ante la cobardía de los ataques, que es lo más común, solo nos queda levantar las manos al cielo y preguntarle al Señor: Dios, ¿en dónde nos escondes la autoridad que nos defienda?