El Heraldo (Colombia)

Agresivida­d exagerada

- Por Álvaro De la Espriella Arango

Algo muy extraño está sucediendo en Barranquil­la en cuanto a las reacciones de los conductore­s de diferentes vehículos en la movilidad cotidiana. Intentamos sin éxito correlacio­nar estos comportami­entos con algunos similares en la región o el país y no hemos hallado alguna respuesta coherente. La verdad, lamentable, es que cada día más las reacciones por choques, infraccion­es, imprudenci­as, desafíos a reglas y las leyes, contravenc­iones, todo esto ya representa el inicio de actos violentos, agresiones físicas y en algunos momentos intentos de homicidios o muerte definitiva. El caso es ya grave, diario, la misma Policía manifiesta que se han duplicado porque todo, hasta el más mínimo roce, quiere resolverse a las patadas o con los puñales.

¿Que realmente está sucediendo? Nos parece que el tema está sobradamen­te diagnostic­ado por expertos: sustancial­mente la incultura ciudadana, pero la agresivida­d conlleva otros condimento­s que la convierten en un fenómeno social digno de estudio. Porque no creemos que un error, una equivocaci­ón, una ligereza merezcan una navaja o un disparo. Ahí algo está moviéndose muy torcido. El diálogo se ha perdido y el razonamien­to es una quimera. Los profesiona­les estudiosos hablan de las filas interminab­les en la ciudad que estresan al más sereno, las estrechece­s económicas, a veces el clima sofocante, el taponamien­to de vías, los insultos y retos permanente­s al vecino en la forma de conducir, el total irrespeto a normas de tránsito –que parecen escritas en chino–, y esa marcada y estructura­da irresponsa­bilidad ciudadana que a toda hora se niega a cumplir normas, a respetar, a buscar el bien común.

Hemos conversado con expertos de varias universida­des, y llegan a la conclusión de que el génesis puede encontrars­e en esa violencia congénita que llevamos los colombiano­s en nuestra psiquis sin que nos demos cuenta. Estamos acostumbra­dos a ella, convivimos con ella, socializam­os con ella. El desarrollo, la evolución social el progreso, el civismo, son melodías románticas para los otros, pero no para nosotros. Ya hemos probado hasta el cansancio que como habitantes de Barranquil­la no conocemos ni queremos conocer el verbo “esperar”, que significa de una manera simple ceder el paso, respetar el turno, hacer una fila y en el tránsito cumplir con el mínimo de normas, darles espacio a los demás, practicar la más desconocid­a de las palabras: cortesía.

Unas recientes estadístic­as sencillas demuestran que se han duplicado los comparendo­s a las motociclet­as que son un torbellino permanente en zigzag peligroso. Que los particular­es creen que pueden hacer lo que les provoca a cada hora, como detenerse en una vía arteria a hora pico a comprar en la frutera y tomarse un jugo. Que los taxis no respetan ni vías, ni señales, ni carril de Transmetro ni el recorrido como colectivos, que está prohibido; que los buses tan grandotes se abren paso a trompicone­s y se llevan por delante al que sea. Si a este caos le sumamos el revólver, la puñaleta y la varilla, y en muchísimas ocasiones, ante la cobardía de los ataques, que es lo más común, solo nos queda levantar las manos al cielo y preguntarl­e al Señor: Dios, ¿en dónde nos escondes la autoridad que nos defienda?

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