No cambiemos de tema
Un episodio de corrupción que escandaliza a los medios, a los comentaristas de cafetería y a los demás políticos que se venden como los adalides de la moral y la pulcritud es el comodín de la próxima campaña presidencial. En el 14, el asunto primordial fue la paz; en el 18, todos hablarán de corrupción.
Antonio Navarro, que ha sido un hombre decente y también un político profesional que no puede escaparse de los oportunismos electorales, declaró hace unos días que el próximo gobierno no debe ser de transición, como lo quieren los sectores que apoyaron el proceso que terminó con la finalización del conflicto con las Farc, sino de cambio, y que el tema no es la paz –según él, un asunto ya superado–, sino la corrupción. En esa idea lo acompañan otros aspirantes a la Presidencia que comparten con él la decencia y el oportunismo: Claudia López y Jorge Robledo. Los tres están embarcados en una causa propia, blandiendo sus inmaculadas espadas contra todo lo que huela a establecimiento, a delfín, a Santos y a Uribe. Eso está bien y es necesario en este país de podreduras, salvo por dos elementos que contaminan esa noble tarea en la que dicen querer comprometerse los tres líderes de variopintas estirpes ideológicas.
La primera es de forma: hablar de una cruzada contra la corrupción precisamente cuando todo el mundo tiene fija su atención en el caso Odebrecht es un ejemplo típico de la especulación argumentativa con la que los políticos han pretendido desde siempre ganar elecciones, valiéndose de la cabeza caliente de una opinión pública propensa a dejarse seducir por ángeles que se aparecen en el momento justo.
La segunda es de fondo: la paz no es un asunto superado, senador Navarro, sena- dora López, senador Robledo. El próximo gobierno no puede asumir que lo que se nos viene después del acuerdo es poca cosa y que el posconflicto es un tema menor que se resolverá solo. El esfuerzo que debe hacer Colombia para consolidar la paz en todo el territorio es descomunal, tardará décadas y costará mucho dinero; es un desafío al que ningún gobierno en la historia ha tenido que enfrentar. Esa debe ser la prioridad, no solo del próximo gobierno, sino de los que vienen.
Por supuesto que eso no implica dejar de lado la corrupción y los ángeles enfrentados a los demonios y todo eso. Pero decir que el tema de la paz se acabó con la firma del acuerdo, y que ahora debemos enfocarnos en otra cosa, por muy importante que sea, es de una irresponsabilidad oronda e inmoral.
Estos políticos, decentes y oportunistas, también tienen una obsesión, como la de Santos con la paz y la de Uribe con la guerra: no quieren ser como ellos, quieren representar otra cosa, quieren borrarlo todo y comenzar de nuevo. Pero deberán, para no jugar el juego de los idiotas, ponerse serios y comenzar a hablar de la verdadera prioridad del gobierno que aspiran dirigir: la paz que no ha terminado sino que apenas comienza, así les cueste en el alma recibir el legado de uno de sus enemigos.