Lamentable espectáculo
El Consejo Superior de la Universidad del Atlántico está en la obligación moral de encontrar una salida al atolladero en que se ha convertido la elección del rector y poner fin a 12 largos años de interinidad del cargo.
En una tormentosa sesión, el Consejo Superior de la Universidad del Atlántico hizo ayer dos nuevos intentos por elegir al rector del centro académico. Ambos resultaron fallidos, porque ninguno de los tres candidatos en liza obtuvo los votos necesarios para ser investido.
Ya quisieran los atlanticenses que tan acalorada disputa obedeciera exclusivamente a rigurosas discrepancias en la valoración de las excelencias intelectuales de los aspirantes. Sin negar que así sea, lo cierto es que la impresión que transmiten los consejeros de la universidad es que estamos ante un pulso que responde a otros intereses, entre los cuales no estaría ausente la política. En las dos elecciones consecutivas de ayer se dibujaron claramente dos bloques enfrentados. Los representantes del Gobierno central, Mineducación y egresados (tres en total) votaron por Carlos Prasca, ex director del Itsa y ex secretario de Educación departamental. Los delegados de estudiantes, profesores y directivas académicas (también tres) apoyaron al exrector encargado Rafael Castillo. El médico Salim Mattar, a su vez, contaba solo con el aval de los exrectores. En la primera elección ganó Prasca con cuatro votos, gracias a que el gobernador Verano también lo apoyó; pero no alcanzó el umbral de cinco votos. Resulta llamativo que en el segundo intento, también fallido, Verano retiró su voto a Prasca y lo otorgó a Mattar. Como también resulta llamativa la pertinacia con que el alcalde Char se ha implicado en el proceso electoral mediante trinos y declaraciones a la prensa, llegando incluso a exhortar a Verano a que se “pare firme” y “siente su posición en favor de los muchachos y no de unos cuantos”. El gobernador justificó su cambio de voto en el deseo de buscar un consenso. El alcalde, por su parte, sostuvo que sus planteamientos obedecen a su preocupación por la estabilidad del centro académico. No ponemos en duda la sinceridad de ambos; sin embargo, lo que flota en el aire es que lo que debería ser la apacible elección de un rector se ha convertido en un indeseable lodazal. Tal como están las cosas, es probable que el actual proceso se vaya al garete, que haya que abrir una nueva convocatoria y que el cargo de rector prosiga en una interinidad que dura ya 12 largos años. No vamos a opinar sobre las cualidades de los hoy aspirantes. Ni siquiera las de uno de ellos que, con evidente falta de buen juicio, no cesa de difundir trinos estrambóticos en los que se proclama víctima de una supuesta persecución de la prensa. Lo único que queremos en la actual coyuntura es contribuir a la serenidad y exhortar a los implicados –incluidos los estudiantes que ayer intentaron desde la calle ejercer presiones en favor de su candidato– a que, por el bien de los atlanticenses, hagan un esfuerzo y busquen una salida consensuada a este atolladero. La querida Uniatlántico, con más de 70 años a sus venerables espaldas, no se merece este espectáculo.