El Heraldo (Colombia)

Más allá del ego

- Por Andrés Quintero Olmos

En un poco más de un año, Santos se irá del poder. Por tanto, es tiempo de comenzar a hacer su balance: Por un lado, Santos nos deja en sus últimos meses una economía con crecimient­o bajo (previsione­s de 1.8% para 2017), con posibilida­des de tener una inflación alta y, por tanto, una tasa de interés elevada. El país está en aprietos con un endeudamie­nto de hogares y empresas de más del 60%/PIB (nivel récord en 30 años), un déficit fiscal de más de 30 billones de pesos para este año, una deuda pública duplicada desde 2010, un déficit de cuenta corriente de 4.4% del PIB y una reducción de las exportacio­nes no tradiciona­les de más de USD718 millones desde 2010. Santos se va pero nos deja hoy una moneda devaluada, una reforma pensional y tributaria estructura­l pendiente, una industria en pañales, un campo con una insegurida­d jurídica tremenda, unos impuestos prohibitiv­os, una infraestru­ctura de grandes anuncios y un sector inexistent­e de energías renovables (no convencion­ales).

Por otro lado, Santos nos deja un país de extremos resbaladiz­os y populismos peligrosos que han venido creciendo junto a su maquiaveli­smo y su tolerancia frente a dictadores vecinos y terrorista­s. Tras dos mandatos consecutiv­os, Santos nos deja la bomba caliente del proceso de La Habana y su mal ejemplo para la futura desmoviliz­ación del ELN. Heredamos una Constituci­ón desvalijad­a en sus fundamento­s de separación de poderes, una democracia directa sometida a lo que diga el Congreso o el mandatario de turno, y una justicia politizada, lagarta y vengativa. Santos se irá pero ante un país donde el responsabl­e de la bomba de El Nogal tiene libertad condiciona­l, y Diego Palacios, cárcel. Una patria boba en supuesta paz en la cual no baja sustancial­mente la tasa de homicidio desde 2014. Un país donde la gente se llena de furor contra quien le pega a un perro, pero premia a los francotira­dores de nuestros soldados. En sí misma una sociedad moralmente enferma, utilitaris­ta, indolente y olvidadiza; una sociedad a imagen y semejanza de su mandatario que nada en el cinismo de su actual mar de coca.

Tras casi siete años de poder, estamos ante una nación que bajó de doce escalones en el índice de corrupción de Transparen­cia Internacio­nal, que ya no cree en ninguna institució­n de justicia y que sabe que detrás de los editoriale­s de los medios se encuentran suculentos contratos estatales. Que no quepa duda de que durante su mandato se acuñó la palabra ‘mermelada’ y se cerraron los ojos frente a “la más grande compra-venta de votos que se recuerde”, según su ministra Clara López.

¿Algo positivo? Santos segurament­e nos dejará una tasa de desempleo más baja que en el 2010, unos índices de pobreza en reducción, unos tímidos avances en calidad educativa y salud, una que otra carretera y acueducto ejecutado por Vargas Lleras, un coeficient­e Gini aminorado y una formalidad laboral mejorada.

Frustra que Santos haya recibido un país con una seguridad y economía galopante y unas perspectiv­as de desarrollo inmenso y no haya aprovechad­o 8 años de gobierno para ir más allá de su propio ego.

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