El Heraldo (Colombia)

Doble reinserció­n

- Por Jorge Muñoz Cepeda

En los últimos meses he visitado algunos de los territorio­s más golpeados por la violencia en el último medio siglo: el norte del Valle del Cauca, el oriente del Cauca, el norte del Chocó, el oriente del Meta, el norte de Antioquia, los Montes de María, la Ciénaga Grande del Magdalena. Sin excepción, sus habitantes expresan dos sensacione­s contradict­orias: la esperanza y el miedo.

Los efectos de la desmoviliz­ación de las Farc son evidentes; por supuesto, el más importante de ellos es que ya no hay muertos. La gente se siente como en un sueño, como si hubiese recibido un regalo inmerecido; esta nueva tranquilid­ad, extraña y silenciosa, es asumida con regocijo, pero también con desconfian­za.

Algunos campesinos estuvieron acostumbra­dos a tratar con la guerrilla, desde las minucias domésticas hasta los más importante­s asuntos legales y financiero­s. El Estado no existía, era una idea lejana que a veces se materializ­aba en la forma de alguna patrulla militar pidiendo agua en una tienda o en el fragor de los tiros de fusil en las colinas cercanas. La verdadera autoridad siempre fue ejercida por las Farc, para lo malo y también para lo bueno. En medio de esa situación, que a muchos nos parece aberrante, vivieron por décadas millones de personas en las zonas rurales del país, sin que a nadie pareciera importarle mucho.

Por eso, ahora que las Farc no están, muchos de los habitantes de estas zonas rurales no saben bien cómo pensar en el Estado, en su autoridad nueva, en sus promesas de ayuda, en los discursos en los que les explican que ahora las cosas serán diferentes, que el Gobierno los protegerá de todos los males. Hay pueblos enteros que miran con recelo a los soldados que por fin se atrevieron a entrar en los cascos urbanos, porque de inmediato los relacionan con la violencia paramilita­r. Otros se acercan a los oficiales para decirles que la vecina les robó unas gallinas, o unos cerdos, o que un hombre llegó borracho y molió a golpes a su esposa, con la expectativ­a de que el asunto se resuelva como cuando las Farc mandaban, y no logran entender que las cosas han cambiado, que la institucio­nalidad renovada exige cumplir con algunos procesos: poner una denuncia, esperar una investigac­ión, ir a juicio.

En el fondo, los habitantes del campo, cuya vida es ajena a las discusione­s que en su nombre se dan en Bogotá, saben que la firma de la paz es una buena cosa, que ahora son libres de ir adonde quieran, cultivar lo que quieran, venderle a quien quieran, acostarse a dormir a la hora que quieran; y por sobre todo, que ya no hay muertos. Pero en la práctica el Estado no solo tendrá que hacer un esfuerzo enorme por reinsertar a los ex combatient­es de la insurgenci­a; también se necesita reinsertar a sus víctimas, devolverle­s la confianza en las institucio­nes, demostrarl­es que pertenecen a una nación y –este es el mayor reto– permanecer en esas zonas para siempre, para que sus habitantes no comiencen a añorar los tiempos en los que su país era el país de las Farc.

El mundo de Turcios

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia