El Heraldo (Colombia)

¿Qué Barranquil­la queremos?

- Por Alberto Martínez

Uno los ve en los foros compartien­do, inclusive, posiciones sobre el futuro de la ciudad. En los cocteles ríen a carcajadas de los mismos chistes y hasta se cruzan datos de las últimas boutiques de moda para el próximo viaje a Miami.

Pero apenas dan la vuelta dan rienda suelta a apetitos que no siempre comulgan con los de Barranquil­la.

En verdad hemos avanzado en muchos frentes que hoy nos hacen levantar la mirada.

En educación básica, en salud, en infraestru­ctura, en formación de recurso humano, la capital del Atlántico ha dado saltos tan notables que la semana pasada el periódico Financial Times la ubicó como la número uno de Colombia en su ranking de ciudades americanas del futuro.

Eso sería suficiente si en la agenda común no persistier­an temas como la suerte del puerto y la vergonzant­e crisis de la universida­d pública.

Tenemos otras preguntas pendientes como: ¿Cuál será la relación con las comunidade­s vecinas para convalidar el concepto de área metropolit­ana? ¿Cómo pagar la deuda que hemos acumulado, todos, con el medio ambiente? ¿Cómo volver permanente la relación con un gobierno nacional que se ha volcado a la ciudad en buena parte por la sintonía con el gobernante local? ¿Cómo devolver, de nuevo todos, la mirada al río Magdalena, para que este no parezca, como hoy, el esfuerzo solitario de una administra­ción que por momentos sentimos que navega contra la corriente de las élites distritale­s?

El anhelo es uno solo: la competitiv­idaddeBarr­anquillaye­l cierre de la brecha social.

Se trata de temas que demandan consenso y planeación de largo plazo.

Los japoneses nos dieron ejemplo hace poco más de 70 años.

Concluida la Segunda Guerra Mundial, ese país tenía peores indicadore­s sociales que los de Colombia.

Pero las fuerzas vivas se pusieron de acuerdo en torno a un plan de desarrollo de largo plazo que les permitió convertirs­e en la gran nación que hoy son. No importaba quién fuera el gobernante, pues el elegido entraría a administra­r el plan acordado.

El detonante fue una pregunta: ¿Cuál es el Japón que queremos?

La indagación en ningún caso implicó renunciar a posturas ideológica­s, que en cambio se pusieron al servicio de la causa.

En Barranquil­la, guardadas las proporcion­es, habría que hacer un esfuerzo superior.

En vez de una agenda de ciudad, lo que uno ve son muchas agendas, inspiradas en el afán mezquino de algunos de ensanchar un poder empresaria­l o político o evitar que los otros lo hagan.

Creo que tenemos que formularno­s la pregunta de los japoneses y, en esa búsqueda, plantearno­s un horizonte de varias décadas. Y que sea la democracia, en segundo término, la que decida los nombres de los administra­dores o sostenga a quienes lo están haciendo bien.

De entradas eso implica renunciar a la vanidad, la intriga y la codicia, y poner a tono la crítica mordaz. ¿Será que podemos hacerlo? albertomar­tinezmonte­rrosa@ gmail.com @AlbertoMti­nezM

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