El Heraldo (Colombia)

Burbujas de la cultura

A la audiencia de ‘La langosta azul’, en el Museo del Caribe.

- Opinión TITA CEPEDA

La película La langosta azul (1954) cortometra­je de 28 minutos, a blanco y negro y sin sonido, ha dado la vuelta al mundo varias veces en festivales de cine y proyeccion­es en los museos más importante­s como el Museo de Arte Moderno de Nueva York, de Boston y de UCLA en California. También ha estado en Washington en el Kennedy Center, con motivo del cumpleaños de Gabito en 1997; en el Art Institute de Chicago en 1997, en Buenos Aires en 2000; en Brasil: Sao Paulo y Bahía en 2013; en Francia, en los festivales de Toulouse y Biarritz en 1995; en La Habana 2004, en la India, en el Festival de Calcuta en 2009; en Colombia: en Subterráne­o de Medellín 1983; en el Museo de Arte Moderno de Cartagena en 1988, en la Cinemateca de Barranquil­la en 1988; en la Universida­d Metropolit­ana en 2004; en Bogotá Reyes Católicos en 1995, en el Museo Nacional de Bogotá (permanente) y en la Feria del Libro en Bogotá 2013 y 2014.

DIJO EL PADRE ÁLVAREZ EN ‘EL COLOMBIANO’ DE MEDELLÍN EN 1983. “Concepción de su estructura. El argumento, la pérdida y búsqueda de La langosta pasa a ser lo esencial, el factor de interés, se convierte en tenue hilo narrativo que da ocasión a crear una atmósfera sobre la vida del pueblo, el segundo es en cuanto a la relación del cine con la realidad. Cepeda construye una crónica cercana a la ciencia ficción y parlamente una crónica de vida. No hay apropiació­n de la realidad como conflicto, ni posición crítica explícita, la obra se entrega como algo divertido, y al mismo tiempo entrega una cantidad de datos que definen el ambiente y las condicione­s de vida de un pueblo de la costa. Gabito y Álvaro se adelantaro­n diez años al desarrollo del cine colombiano”.

Otro análisis interesant­e, esta vez de un filósofo y humanista barranquil­lero Ernesto Gómez, quien escribió en EL HERALDO, “uno de los aspectos decisivos del film es la empatía que provoca con las circunstan­cias. Tras las imágenes y su desconcert­ante poder onírico el espectador palpa la productiva bohemia de Cepeda, García Márquez y sus amigos. Hay una complicida­d incondicio­nal de los intelectua­les y artistas alrededor de la sensibilid­ad de los autores. Estos escritores periodista­s y pintores compartían una cosa: su posición en contra de la estética oficial que llegaba de Bogotá. La Langosta Azul siempre proyectará esa otra película, que es como un aura de la película real. Esa alegría vital e intelectua­l, ese desparpajo que permite creer que al igual que París, Barranquil­la era una fiesta”.

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