‘Cien años de soledad’ y sus cuentas exactas
“Gabriel García Márquez es, ante todo, un periodista”.
Una de las líneas más comentadas de Cien años de soledad es, como se sabe, la que da comienzo al capítulo 16 de la novela: “Llovió cuatro años, once meses y dos días”. Tales comentarios se orientan a resaltar su severa precisión con los datos, la que, a su vez, de un tiempo a esta parte, suele esgrimirse para tratar de demostrar que, aun en sus novelas de más vuelo fantástico, García Márquez es, ante todo, un periodista, olvidando con ello que la ficción literaria ha sido siempre el arte de los detalles precisos.
Pero lo que quiero señalar es el hecho llamativo de que el cómputo de la duración del diluvio que cayó sobre Macondo inmediatamente después de la matanza de las bananeras sea el único que se cite siempre de Cien años de soledad, una novela que abunda en tal tipo de exactitudes aritméticas. Voy a referir aquí, pues, algunas otras de las tantas que nos ofrece la fábula de los Buendía, con el simple fin de satisfacer la curiosidad del lector.
65 fueron las veces que José Arcadio Buendía, el primogénito de la familia, le dio la vuelta al mundo, y cuando murió lo enterraron en un ataúd especial de dos metros y 30 centímetros de largo y un metro y 10 centímetros de ancho; 32 fueron las rebeliones armadas que promovió el coronel Aureliano Buendía, 14 los atentados de los que se salvó y 73 las emboscadas a las que escapó. Cuando el entrañable coronel firmaba el acta del armisticio, apareció de pronto el tesorero de la revolución en la circunscripción de Macondo, trayendo en una mula dos baúles que contenían 72 “ladrillos de oro”. En la nunca esclarecida masacre ocurrida durante el carnaval del que fue reina Remedios, la bella, “quedaron tendidos en la plaza, entre muertos y heridos, nueve payasos, cuatro colombinas, diecisiete reyes de baraja, un diablo, tres músicos, dos Pares de Francia y tres emperatrices japonesas”. En la tercera de sus vacaciones anuales como estudiante de un internado religioso, Meme Buendía llevó a casa de sus padres en Macondo cuatro monjas y 68 compañeras de clase, lo que a su turno hizo necesario que Fernanda, su madre, comprara 72 bacinillas para que hicieran sus necesidades. El tesoro que Úrsula recibió sin saberlo en un San José de yeso de tamaño natural que un desconocido le dio a guardar mientras pasaba la lluvia constaba de 7214 monedas guardadas en tres sacos de lona. José Arcadio Segundo repetiría por el resto de su vida que los asesinados en la plaza por el Ejército durante la huelga de las bananeras eran 3408, cuyos cuerpos fueron transportados para arrojarlos al mar en un tren de 200 vagones. En contraste con estas precisiones numéricas, el tiempo de la novela prescinde de los rigores cronológicos del calendario, pues, como también sabemos –y ése es uno de sus hallazgos técnicos–, su acción no transcurre en el tiempo histórico, sino en el del mito.