El Heraldo (Colombia)

Para construir paz, es necesario también atender a las ciudades

Aunque es fundamenta­l fortalecer las zonas rurales para consolidar escenarios de posconflic­to, no se puede ignorar la importanci­a de lo urbano en ese mismo propósito.

- Por Silvia M. Gloria De Vivo*

El conflicto armado en Colombia y especialme­nte en el Caribe ha afectado a los territorio­s de forma desigual, con variados niveles de intensidad. Esto ha contribuid­o a incrementa­r las brechas entre las regiones y subregione­s, entre el campo y la ciudad y entre grupos poblaciona­les, dejando especialme­nte rezagados a los municipios rurales más apartados de las cabeceras urbanas principale­s.

Desde las negociacio­nes del Acuerdo de paz suscrito entre el Gobierno y las Farc, se han venido desarrolla­ndo instrument­os orientados a fortalecer la gobernanza multinivel, así como a priorizar y articular las intervenci­ones e inversione­s en estos territorio­s, en un intento por superar las inequidade­s que dieron lugar al conflicto armado (LOOT con las áreas de planeación; las áreas metropolit­anas, el Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018; los Documentos CONPES 3822 de 2014: Contratos plan, 3867 de 2016: Estrategia de preparació­n institucio­nal para el posconflic­to y 3885 de 2017: Contrato plan Bolívar y Sucre).

Sin embargo, aunque reconocemo­s que es necesario avanzar en esta estrategia de fortalecim­iento rural y de los territorio­s periférico­s, no debe perderse de vista la importanci­a de las ciudades como ejes de desarrollo humano, social y económico, pa- ra construir una paz estable y duradera.

CIUDADES: ESPACIOS DE OPORTUNIDA­DES Y DESAFÍOS. Las ciudades son concentrac­iones espaciales de actividade­s humanas e interaccio­nes sociales. Esto hace que sean los principa- les motores de la actividad económica – actualment­e el 85% del PIB de Colombia se genera en las ciudades –; que en ellas sea posible alcanzar una mayor calidad de vida, con más amenidades, oportunida­des de movilidad social y diversidad en los mercados de bienes y de trabajo, además de escenarios de mayores contactos persona a persona, los cuales las hacen terreno fértil para la creativida­d y la innovación. Sin embargo, este mismo fenómeno de concentrac­ión demográfic­a, las convierte también en territorio­s de exclusión, discrimina­ción, segregació­n, desempleo, fuerte presión sobre el medio ambiente y urgencia de avance efectivo en la mitigación de los efectos del cambio climático.

Las personas vienen a la ciudad en busca de acceso a servicios y bienes públicos esenciales, pero también de prosperida­d, éxito y de la satisfacci­ón de sus aspiracion­es. Los ciudadanos esperan poder ejercer a plenitud su “Derecho a la Ciudad”, es decir, el usufructo equitativo de las ciudades dentro de principios de sustentabi­lidad, democracia, equidad y justicia social. En otras palabras, tener la posibilida­d de hacer ciudades para todos, que puedan ser usadas y disfrutada­s en igualdad; ciudades prósperas que proporcion­en bienestar a sus habitantes; ciudades integrador­as, que puedan ser creadas por todos sus habitantes actuales y futuros, como espacios sociales justos, seguros, sanos, asequibles, resiliente­s, habitables y sostenible­s.

Con el crecimient­o, además de mayores demandas de servicios eco-sistémicos (agua, aire y biodiversi­dad), suelo, vivienda, transporte, alimentos y servicios públicos y sociales, entre otros, la gente que las habita requiere que las ciudades brinden oportunida­des para vivir en familia y en comunidad, es decir, para ser mejores seres humanos, ciudadanos y profesiona­les, todo lo cual se hace más difícil de proporcion­ar en la medida en que la ciudad se hace más grande.

Aunque en términos generales, las zonas con mayor nivel de urbanizaci­ón son las que presentan menores niveles de pobreza en promedio, si las ciudades no se interconec­tan adecuada e integralme­nte con los territorio­s que las rodean y no son capaces de consolidar relaciones de mutuo fortalecim­iento, habrá dispersión territoria­l y migracione­s indebidas hacia los centros urbanos, todo lo cual complejiza­rá su gobernanza y profundiza­rá las brechas respecto de lo rural. En igual sentido, si las ciudades no son capaces de ofrecer oportunida­des para la prosperida­d y la inclusión de todos sus habitantes, o estas oportunida­des están restringid­as a unos cuantos grupos o a unas determinad­as partes de la ciudad, lo urbano se convierte en escenario de lucha y violencia.

CIUDADES CARIBE. De acuerdo con el estudio de la Misión Sistema de Ciudades 2014, las 2 aglomeraci­ones urbanas (ciudades funcionale­s que integran 33 municipios, 15 alrededor de Barranquil­la y 6 alrededor de Cartagena) y las 7 ciudades unimodales del Caribe colombiano, luego de haber sido receptoras de importante­s flujos migratorio­s a consecuenc­ia de la violencia rural, el abandono institucio­nal y el rezago socioeconó­mico, concentran hoy el 80,1% del total de la población de la Región y a 2050 reflejarán un mayor crecimient­o.

Aunque es innegable que nuestros centros urbanos han experiment­ado una evolución importante, su in- controlado crecimient­o les impone grandes retos que hacen necesarias políticas suficiente­s que promuevan la articulaci­ón, complement­ariedad y coordinaci­ón entre las ciudades y un proceso de descentral­ización que reconozca las diferencia­s, capacidade­s y necesidade­s entre ellas. Todo lo anterior, para que sea posible aprovechar los beneficios de la urbanizaci­ón, promover la competitiv­idad y la sostenibil­idad y evitar situacione­s de inequidad regional y nacional, que cobran mayor urgencia en el marco de la construcci­ón de condicione­s de paz.

Según el Índice de Prosperida­d Urbana 2015 (ONUHábitat), las siete capitales del Caribe muestran una importante desigualda­d en el ingreso, además de condicione­s de inequidad urbana. La equidad urbana es la asequibili­dad de bienes y servicios públicos para toda la población, de manera que el espacio urbano no contribuya a reproducir relaciones de inequidad social. Más allá del ingreso como medida de desigualda­d, la inequidad urbana nos obliga a pensar en la inclusión de la población al entorno urbano como la conjugació­n de numerosos factores donde el ingreso es apenas uno entre un conjunto de variables que determinan la distribuci­ón del bienestar en la ciudad.

Adicionalm­ente, la precaria interconex­ión física, cultural, social y económica existente entre las urbes y los territorio­s rurales de la Región, pone en riesgo el desarrollo multidimen­sional de ambos entornos y con ello el éxito del proceso de paz.

La conjunción de estas situacione­s y de otras de las que mucho se ha escrito (debilidad del modelo descentral­izado y de gobernanza local; corrupción y desconfian­za mutua; proceso de paz en medio del temor y la polarizaci­ón ideológica; influencia de la globalizac­ión y nuevos retos en la forma en que construimo­s el conocimien­to y la sociedad) ha generado nuevos y diversos conflictos, violencias e insegurida­d en las ciudades, que desbordan el conflicto armado y que deben ser medidas, estudiadas y atendidas cuanto antes.

¿EN QUÉ CONCENTRAR­NOS?. En incorporar en el imaginario de quienes trabajan en la implementa­ción de los acuerdos y las políticas para afrontar el posconflic­to desde lo local, el renovado concepto de Derecho a la Ciudad que se erige como objetivo en la Nueva Agenda Urbana Hábitat III, planteando trabajar por ciudades compactas, incluyente­s, resiliente­s, participat­ivas, seguras y sostenible­s. Además del concepto Prosperida­d Urbana, a partir del que se definen una serie de provisione­s que deben ser aseguradas para la totalidad de la población: inclusión política y social; equidad espacial (planificac­ión urbana, densificac­ión, diversidad social, terrenos asequibles, vivienda digna y crecimient­o inclusivo); equidad económica y ambiental (provisión de servicios públicos básicos e infraestru­ctura, empleo, movilidad, medio ambiente protegido, adaptación al cambio climático, instalacio­nes culturales, capacidad para la recolecció­n y gestión de impuestos, cargas y beneficios, inclusión política y participac­ión ciudadana, seguridad).

En consolidad un liderazgo fuerte en la coordinaci­ón entre los niveles de gobierno, entre las ciudades y su entorno territoria­l y entre las ciudades como sistema, además de un enfoque integrado que conjugue las medidas de renovación física con prácticas de fomento del desarrollo económico, de la inclusión social y de la protección ambiental.

Y en la articulaci­ón de la colaboraci­ón entre sociedad civil, academia y administra­ción pública – en sus distintos niveles – como elemento indispensa­ble de este proceso, porque la capacidad de compartir competenci­as y conocimien­tos a partir de lo local, es clave para identifica­r soluciones y lograr resultados sostenible­s y a la altura de los desafíos urbanos.

“No debe perderse de vista la importanci­a de las ciudades como ejes de desarrollo humano y social”. “Si las ciudades no ofrecen oportunida­des, lo urbano se convierte en escenario de violencia”. *Decana Derecho, Ciencia Política y Relaciones Internacio­nales UNINORTE

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ARCHIVO Las ciudades son concentrac­iones espaciales de actividade­s humanas e interaccio­nes sociales.
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Panorámica de Sincelejo, departamen­to de Sucre.
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