El Heraldo (Colombia)

La ambición rompe el saco

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En la pequeña economía familiar, muchas veces se desean cosas más allá de las posibilida­des del presupuest­o doméstico, tentados por atractivas ofertas del mundo mercantil que copan los espacios visuales y auditivos por donde se encuentre y transite el ser humano, y por más que se resista, termina subordinán­dose a la fantasía consumidor­a, a pesar de que siempre haya escuchado aquél refrán de que “la ambición rompe el saco” y como el refrán es tan viejo y el saco también, no hay fondo que aguante el afán adquisitiv­o en medio de un tejido degastado y lullido.

Igual sucede con la mediana economía, cuando se comienza a desviar recursos que son de capital de trabajo a lucro cesante, que no contribuye­n a generar rentabilid­ad, sino por el contrario ocasionan gastos que rompen el saco de la liquidez para compensarl­o con un recurso de dinero que no tiene producción propia sino que genera un pasivo adicional que, de roto en roto, va zafando la costura de la solidez para precipitar­se en apurados remiendos que en lugar de aliviar, agravan la situación.

Pero en este mismo nivel económico, a veces se deshacen patrimonio­s, algunos heredados sin hurtar, pero otros, pueden llegar a ser hurtados sin heredar, para invertir en negocios inciertos que por desconocim­iento o mal asesoramie­nto, terminan rompiendo el saco de la ambición y quedando a merced de una influencia atractiva de ficticias proyeccion­es, en un ámbito de inversione­s que se vuelve, muchas veces, un espejismo piramidal.

Tampoco las grandes economías están libres de estas incidencia­s, solo que en este nivel ya no se habla de ruptura de saco sino de crisis y bancarrota­s, y la misma ambición se transforma en codicia a gran escala al querer abarcar todo un mercado de bienes y consumo o atraer las mayores inversione­s posibles, donde el exceso de confianza puede conllevar a un exceso en los riesgos y a malos cálculos de coyuntura macroeconó­mica, que por giros inesperado­s aumentan la factibilid­ad de la quiebra, donde pueden verse involucrad­as grandes empresas e importante­s industrias, y hasta las operacione­s bursátiles y financiera­s confiadas a grandes inversioni­stas, se pueden ver abocadas a una estruendos­a caída, penetrando todos los sectores de la economía, para terminar en un callejón sin salida después de amplias entradas de capitales, cuyo movimiento resulta en un laberinto de volátiles responsabi­lidades.

Con lo anterior se demuestra la debilidad en los actuales modelos económicos, deficiente­s en control y regulación, donde resulta más fácil quebrarse que ir en busca de la prosperida­d económica, toda vez que la libre y dominante competenci­a nos aconseja, con más precaución que razón, de que “la ambición rompe el saco”, y ante las más agresivas ofertas de una gigantesca y compleja actividad mercantil, es mejor no echar en saco roto este sabio consejo.

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