La ambición rompe el saco
En la pequeña economía familiar, muchas veces se desean cosas más allá de las posibilidades del presupuesto doméstico, tentados por atractivas ofertas del mundo mercantil que copan los espacios visuales y auditivos por donde se encuentre y transite el ser humano, y por más que se resista, termina subordinándose a la fantasía consumidora, a pesar de que siempre haya escuchado aquél refrán de que “la ambición rompe el saco” y como el refrán es tan viejo y el saco también, no hay fondo que aguante el afán adquisitivo en medio de un tejido degastado y lullido.
Igual sucede con la mediana economía, cuando se comienza a desviar recursos que son de capital de trabajo a lucro cesante, que no contribuyen a generar rentabilidad, sino por el contrario ocasionan gastos que rompen el saco de la liquidez para compensarlo con un recurso de dinero que no tiene producción propia sino que genera un pasivo adicional que, de roto en roto, va zafando la costura de la solidez para precipitarse en apurados remiendos que en lugar de aliviar, agravan la situación.
Pero en este mismo nivel económico, a veces se deshacen patrimonios, algunos heredados sin hurtar, pero otros, pueden llegar a ser hurtados sin heredar, para invertir en negocios inciertos que por desconocimiento o mal asesoramiento, terminan rompiendo el saco de la ambición y quedando a merced de una influencia atractiva de ficticias proyecciones, en un ámbito de inversiones que se vuelve, muchas veces, un espejismo piramidal.
Tampoco las grandes economías están libres de estas incidencias, solo que en este nivel ya no se habla de ruptura de saco sino de crisis y bancarrotas, y la misma ambición se transforma en codicia a gran escala al querer abarcar todo un mercado de bienes y consumo o atraer las mayores inversiones posibles, donde el exceso de confianza puede conllevar a un exceso en los riesgos y a malos cálculos de coyuntura macroeconómica, que por giros inesperados aumentan la factibilidad de la quiebra, donde pueden verse involucradas grandes empresas e importantes industrias, y hasta las operaciones bursátiles y financieras confiadas a grandes inversionistas, se pueden ver abocadas a una estruendosa caída, penetrando todos los sectores de la economía, para terminar en un callejón sin salida después de amplias entradas de capitales, cuyo movimiento resulta en un laberinto de volátiles responsabilidades.
Con lo anterior se demuestra la debilidad en los actuales modelos económicos, deficientes en control y regulación, donde resulta más fácil quebrarse que ir en busca de la prosperidad económica, toda vez que la libre y dominante competencia nos aconseja, con más precaución que razón, de que “la ambición rompe el saco”, y ante las más agresivas ofertas de una gigantesca y compleja actividad mercantil, es mejor no echar en saco roto este sabio consejo.