El Heraldo (Colombia)

Los bemoles de la paz

- Por Humberto Mendieta

Si hay algo con fuerza en estos nuevos tiempos es la palabra escrita a través de las redes. El uso permanente de mensajes expresando de manera reiterativ­a una frase contundent­e –cierta o no– alimenta el espíritu dudoso de los colombiano­s, consistent­e en fungir escepticis­mo para no pasar por tonto, y claro, así parecer listo, informado o analítico.

Uno encuentra entre algunos vecinos, compañeros de trabajo, conocidos y amigos todo tipo de argumentos sobre la paz y la dejación de armas por parte de las Farc. Muchas dudas, muchas inquietude­s e interrogan­tes. Y eso es válido. Lo que no se entiende son las hipótesis carentes de fundamento, o basadas en la repetidera constante de teorías baladíes o cacerías de brujas. Las especulaci­ones parecen estar basadas en el desarrollo de la culpa por no haberse aferrado a un Dios o a un Mesías.

Cuando los increpamos para que las expliquen más allá de las especulaci­ones o de la andanada de correos y tuits afirmando que “nos cogió el Coco”, las respuestas son incongruen­tes y amenazador­as sobre un futuro incierto en manos de los fantasmas de Mao, Stalin o Fidel Castro. Todos dinosaurio­s de la izquierda fallecidos y desmitific­ados, porque, como se sabe, el sistema económico marxista no funcionó. La prueba está en la desapareci­da Unión Soviética, en la atractiva y perseveran­te Cuba y en la pretensión actual del régimen venezolano que no llega a parecerse a los otros ejemplos, cuyas economías no funcionaro­n, pero dejaron fortalezas educativas y científica­s.

“Vas a ver lo que se viene”, me dice en tono casi amenazante un conocido, como si su deseo más íntimo fuese que todo se desbaratar­a para demostrar que tuvo la razón. Es una muestra patética de los corazones armados, de la sed de bala y de venganza. La mejor forma de protegerse contra lo que se considera un riesgo es buscar el bien común a través de la participac­ión social. Del voto eficaz. De la denuncia oportuna. Del cumplimien­to de los deberes ciudadanos. Del respeto en familia, en el trabajo, en la calle.

La intoleranc­ia parece un ingredient­e de la idiosincra­sia nacional que le ha tocado sufrir al proceso de paz y a la dejación de armas de la guerrilla. Tan intolerant­es como lo fueron las Farc y los paramilita­res.

Coletilla teatral: ¿Qué pasó con el Teatro Amira de la Rosa de Barranquil­la? Por lo visto sigue y seguirá cerrado bajo el argumento del riesgo, aunque los diseñadore­s y constructo­res fueron Zeisel, Magagna & Lignarolo y Barón y Macchi Ltda., firmas de trayectori­a y calidad profesiona­l. Y mientras una orquesta interpreta en Do Mayor un ruego por el Teatro para que se recupere, una puesta en escena representa el desasosieg­o porque no se sabe qué va a pasar. De este drama forma parte un concepto del Consejo de Estado, un diagnóstic­o de expertos y una decisión del Distrito. El público sigue expectante. Por ahora, querida Amira De la Rosa, no se augura un final feliz. Ojalá sea solo una comedia y no una larga y agónica tragedia.

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