El Heraldo (Colombia)

Recuerdos de Assa

- Por Emilia Sáez de Ibarra

Entraba como Pedro por su casa. Derecho a la cocina. Le pedía a Brina un jugo de naranja. Después nos saludaba. Yo me perdía y él se quedaba con “la persona que Barranquil­la no se merecía”, su comentario repetitivo como saludo habitual a Jesús Sáez de Ibarra. Y la sala, la casa entera, con su presencia arrollador­a, se llenaba de paz. No de la paz de los sepulcros sino la de la lucha abierta de los sentimient­os de tantos recuerdos por sacar, que llevaba en el alma el viejo profesor, años de persecució­n y sufrimient­o en aquella España de la que diría Antonio Machado habían vuelto “beoda para que no acertara la mano con la herida”, a la que llegó en apoyo de la República, con un montón de sueños, el joven idealista que acabaría en una de las cárceles más terribles del franquismo, en las Islas Canarias, de la que tuvo la suerte, y también la fuerza de su amor por Nuria Munt, de sobrevivir.

Esos recuerdos y su querida Curramba, la Barranquil­la del alma, eran los temas que trataba subiendo el tono de su voz a medida que se desahogaba y que su amigo, que solo había vivido la guerra de la mano de su madre, cruzando furtivos los campos de Vizcaya a Guevara para conseguir comida, lo aplacaba con su sonrisa conciliado­ra.

Recuerdo su mirada adoloridam­ente dulce, cuando yo luchaba contra el cáncer, a la par que su hijo Carles, que no sobrevivió, y me miraba cariñosame­nte con mi sombrero puesto, haciendo mercado.

Alberto Assa. Veinte años de su muerte: el profesor inolvidabl­e que con la enseña gloriosa de la educación contribuyó al desarrollo social, cultural y humano de nuestra Barranquil­la. Claro como las mañanas barranquil­leras, le cantaba las cuarenta al lucero del alba. Y dio lo mejor de su vida por nuestra Barranquil­la.

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