El Heraldo (Colombia)

Gente en contravía

- Por Javier Darío Restrepo

Hablar de martirio en la Colombia de hoy es a la vez inesperado y lógico. Lo de inesperado tiene que ver con el medio ambiente espiritual vigente, más sensible a la gente de éxito instantáne­o: ciclistas, cantantes, vedettes. Un mártir es alguien a quien derrotaron hasta el punto de matarlo porque atestigua un modo de vida y de creencia a contrapelo de lo aceptado y de moda; y hoy por hoy poner las creencias por encima de los intereses y las convenienc­ias inmediatas, de la vida misma, no es lo común ni lo más seductor, hasta el punto de que el martirio clasifica como locura. Las normas de sentido común habrían aconsejado al monseñor Jaramillo negociar con los guerriller­os secuestrad­ores, pedirles perdón por su incumplimi­ento de las normas de conducta política impuestas por los jefes del ELN y hacer un compromiso de colaboraci­ón con la causa revolucion­aria. Habría salvado su vida, que es lo que importa, según ese sentido común. Pero, inesperada­mente, el obispo Jaramillo creyó lo contrario.

El padre Ramírez también se habría podido salvar si, actuando prudenteme­nte, al conocer la reacción producida por la muerte de Gaitán en contra de la Iglesia y de sus ministros, hubiera tomado unas prudentes vacaciones y se hubiera alejado de Armero. Pero este párroco no lo entendió así; debió creer que todo era normal y que su puesto estaba ahí, cerca de su feligresía. Asesinaron en él toda una tradición seguida por decenios de vinculació­n de los representa­ntes de la Iglesia con el Partido Conservado­r, de modo que al lincharlo se vengaban y a la vez creían estar fundando un orden nuevo. Pero el padre Ramírez nunca lo creyó así y por eso estaba en contravía, como les ha sucedido a todos los mártires de la historia que, al morir, testimonia­ron una realidad distinta.

“Mijo, no se deje”, “el que la hace la paga”, “vengarse es cuestión de machos” y “la vida se paga con la vida” son algunas de las expresione­s de esa lógica. Y así como el asesinato del campesino al que han clasificad­o de colaborado­r del enemigo; o el falso positivo para aplacar al superior que exige resultados, o el asesinato del que puede llegar a denunciar lo que ha visto u oído son acciones criminales que obedecen a una lógica; la muerte del mártir responde a otra lógica, según la cual el que se opone al orden vigente debe desaparece­r. Y estos mártires, monseñor Jesús Emilio Jaramillo, el párroco Jesús María Ramírez contravení­an un orden: el que querían imponer los guerriller­os del ELN, en el caso del obispo Jaramillo, o el que había creado una tradición de orden partidista, en el caso del párroco Ramírez.

Torturar a un hombre y asesinarlo luego, es un acto vil hágalo quien lo haga y en nombre del credo o de la política que sea. Eliminan a un hombre y al mismo tiempo desaparece­n la condición humana. La víctima, por el contrario, deja en evidencia que hay realidades superiores a la vida física y exalta, por tanto, la condición humana.

Destacar estos dos mártires tiene este vigor: muestra que en Colombia hay gentes capaces de alcanzar las alturas de lo más digno y noble, es una forma de blindar la paz, ese punto donde se encuentra lo más digno de los colombiano­s.

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