El Heraldo (Colombia)

La posverdad en Tucídides

- Por Ricardo Plata Cepeda rsilver2@aol.com

“Cambiaron incluso el significad­o normal de las palabras en relación con los hechos, para adecuarlas a la interpreta­ción de los mismos. La audacia irreflexiv­a pasó a ser valor fundado en la lealtad al partido; la vacilación prudente, cobardía disfrazada; la moderación, máscara para encubrir la falta de hombría, y la inteligenc­ia, incapacida­d para la acción (...) Triunfando a merced del engaño conseguía como trofeo fama de inteligent­e. Y es que los hombres aceptan más fácilmente el adjetivo de listos cuando son unos canallas que el de cándidos cuando son hombres de bien”. Tucídides escribió casi en vivo y en directo La Guerra del Peloponeso, especie de guerra mundial de la época, en el siglo V antes de Cristo, a la que Atenas y Esparta arrastraro­n sus respectiva­s ligas de ciudades. Y con ella enseñó a todas las culturas descendien­tes de la Grecia clásica a hacer historia, no solo apegada rigurosame­nte a los hechos sino también interpreta­da a través de perspicace­s análisis de la conducta humana. En esas frases citadas arriba nos deja un abrebocas de lo que en estos tiempos devendría en llamarse la posverdad.

Sus reflexione­s incluyen otros temas con que nos flagelamos a diario con placer masoquista al suponerlos exclusivos de nuestra época y de nuestra sociedad. Como la corrupción: “Los vínculos de sangre llegaron a ser más débiles que los del partido, porque estas asociacion­es no se constituía­n con vistas al beneficio público… y las garantías de recíproca fidelidad no se basaban tanto en la ley divina cuanto en la transgresi­ón perpetrada en común”. Como la justicia al servicio de la política: “… y bien con una condena obtenida por un voto injusto, estaban prestos a dar satisfacci­ón a la rivalidad del momento”. Y como el fanatismo: “La causa de todos esos males era el deseo inspirado por la ambición y la codicia; y de estas dos pasiones, cuan- do estallaban las rivalidade­s, surgía el fanatismo”.

Nos recuerda el escalamien­to de las atrocidade­s en la guerra: “La muerte se presentó en todas sus formas y, como suele suceder en tales circunstan­cias, no hubo exceso que no se cometiera”. Y advierte sobre la violencia contra la oposición: “Los corcireos asesinaron a aquellos de sus conciudada­nos a los que considerab­an enemigos; el cargo que les imputaban era de querer derrocar la democracia”, como en Venezuela.

Sobre la inevitabil­idad de toda esa gama de horrores sentencia: “Calamidade­s que ocurren y que siempre ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma”. Y que hoy siguen ocurriendo porque para efectos de cambiar nuestra naturaleza el tiempo transcurri­do desde entonces, que parece largo, resulta corto. Tal vez por ello Sinuhé, el médico egipcio, ya mil años antes de Tucídides gustaba de repetir: “No hay nada nuevo bajo el sol”.

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