Política: el desarme del lenguaje
Permítame, amable lector, iniciar esta columna con una frase asignada a Aristóteles: “Cada uno habla y obra tal como es, y de esa manera vive”.
Nuestra gran diferencia con el resto de los animales son el pensamiento y el lenguaje. Estas herramientas cognitivas nos han permiti- do darnos cuenta de nuestra existencia; nos han dado la capacidad de elaborar objetos para transformar la Naturaleza y construir formas de vida de acuerdo a valores que nos permiten diferenciar lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto.
En los sistemas democráticos, el lenguaje es una herramienta políticamente poderosa. Porque dialogando se pueden resolver las diferencias más extremas de manera pacífica. Desafortunadamente, la política de hoy está usando el lenguaje de un modo perverso, generando en los ciudadanos intolerancia y rencor, pretendiendo que nuestra razón quede dominada por pasiones radicales que envenenan a la sociedad.
Hay que reconocer que es normal que en una nación con tantas diferencias culturales y socioeconómicas –que con dificultad ha ido consolidando un Estado republicano– existan distintas visiones de país. Pero mi percepción subjetiva es que la Colombia actual no es solo una sociedad plural, sino un país culturalmente dividido. Con muchas personas inconformes, ansiosas ante un futuro que se ve incierto, desencantados por la codicia de algunos, y sin amor por lo público.
Aunque son normales en la democracia las distintas visiones de país, es peligroso cuando las pasiones más oscuras dominan el escenario político; donde los argumentos pierden valor y el lenguaje se degrada dejando de ser el instrumento de la política y del quehacer ciudadano, hasta el punto que el diálogo entre políticos se hace imposible.
Es doloroso ver la manipulación del lenguaje político que ahora eufemísticamente denominan ‘posverdad’, la que ya Voltaire, en el siglo XIX, había definido cuando le atribuyeron la célebre frase: “Miente, miente que algo queda”.
Hoy el lenguaje, con su carga de agresiones y de mentiras, se usa para enmascarar la realidad, polarizando al país. Cada tuit, cada noticia tendenciosa son equivalentes a una mina ‘quiebrapatas’ que va destruyendo el cuerpo de nuestra democracia.
Una sociedad en la que cualquiera se siente con poder para destruir la imagen de los otros, en la que nos manipulan violentando nuestras emociones, va perdiendo la racionalidad entre sujetos. La pérdida de valores como la tolerancia, el respeto y la confianza va dando paso a un clima paranoide donde todos somos sospechosos, y donde el que piensa distinto es un enemigo irreconciliable. Los paranoides son sembradores de odio, y para ellos no hay descanso si no se aniquila al enemigo.
Al inicio de una elección presidencial, ojalá volviéramos al lenguaje de la verdad y la tolerancia. Colombia es un país que necesita grandes soluciones institucionales; por esto, para elegir el candidato correcto, deberíamos usar nuestras capacidades cognitivas y no dejarnos llevar por emociones de odio y rencor que distorsionan la realidad.