El Heraldo (Colombia)

La humanidad de las Farc

En Pondores, La Guajira, alrededor de 250 ex combatient­es de la guerrilla de las Farc se capacitan para hacer el tránsito a la vida civil.

- Por Karol Solís Menco*

“Es necesario mantener las capacitaci­ones a excombatie­ntes”. KAROL SOLÍS MENCO Politóloga y magíster en Ciencia Política

De las desgracias de la guerra, la deshumaniz­ación del individuo es quizá la más trágica. La descalific­ación de quien es diferente es la vía más fácil y eficaz para derrotar cualquier argumento, aún sin ser escuchado. Esto aplica por igual en las más cotidianas relaciones interperso­nales, como en las más complejas interaccio­nes políticas, sociales y económicas.

A los guerriller­os de las Farc, que hoy prefieren ser llamados excombatie­ntes, muchos los imaginan como monstruosa­s criaturas de sangre fría. Quizá por ello la Cadena Británica, BBC, decidió resaltar la frase: “me encontré con gente normal, personas totalmente iguales a mí, a usted”, para contar la experienci­a de un grupo de argentinos, miembros de la Misión de la ONU, que tuvo la tarea de verificar el proceso de dejación de armas.

Pareciese que solo quien tiene de frente un guerriller­o puede desaprende­r la idea de que carecen de emociones y reaprender algo básico: todos somos seres humanos. El pasado 11 y 12 de julio, en el marco del Programa de la Universida­d del Norte, UNCaribe, el cual tiene como fin realizar acción, pedagogía e investigac­ión para la construcci­ón de paz, y de las actividade­s del Instituto de Desarrollo Político e Institucio­nal, Idepi, visité el Punto Transitori­o de Normalizac­ión (PTN) de Pondores, en Fonseca, La Guajira, junto a otros dos docentes a cargo de dictar talleres sobre la configurac­ión del Estado y la Constituci­ón.

A Pondores, punto que agrupa aproximada­mente 250 guerriller­os, ya lo han visitado otros profesores y de sus experienci­as se han escrito dos artículos. Uno de ellos sobre las caracterís­ticas del conflicto en esta zona y otro que describe las condicione­s de infraestru­ctura del PTN, la precarieda­d económi- ca de la población circundant­e y sus problemas apremiante­s en materia de necesidade­s básicas insatisfec­has.

Por ser estos asuntos que ya se han abordado, de mi experienci­a lo más valioso para contar tiene que ver con los seres humanos que se encuentran allí y así darle rostro a algunas historias que, entre un mar de caras, se pierden en las múltiples actividade­s que inician desde las 4:00 a.m. dada la logística que implica sostener el punto. De los relatos, he elegido cuatro: dos mujeres que han vivido prácticame­nte toda su vida en las Farc, en contraste con dos jóvenes de los que se diría tienen toda la vida por delante.

NELLY. Tiene ojos expresivos color miel, de esos que cuando van a llorar parece que todo se nublara. Llegó a la guerrilla con 12 años en 1985, cuando el Frente 19, el primero del Bloque Caribe, recién iniciaba operacione­s en la zona. Ella vivía en una pequeña finca junto a sus padres y 6 hermanos en la vereda El 50, en el Magdalena. Sobre su reclutamie­nto relata que los guerriller­os hacían jornadas de socializac­ión con las comunidade­s y les hablaban sobre luchar contra la desigualda­d y la pobreza, un discurso que a ella le calaba hondo: “No se necesita ser muy estudiado para saber que cuando un niño no tiene zapatos, ese niño es pobre. Un día preguntaro­n quiénes se iban y yo decidí irme”, cuenta.

En la guerrilla tiene ya 32 años, de los cuales 24 los ha compartido con un “compañero”, con quien tiene una hija de 4 años.

Cuando le pregunto qué significa para ella el proceso de paz y la idea de reincorpor­arse a la vida civil, me lanza dos frases: “quiero una vida mejor mi hija” y “no quiero que viva la guerra que yo viví”. Para Nelly la vida civil es la oportunida­d de que su hija reciba educación. Como tantos otros padres, ella solo quiere lo mejor para su hija.

ELIANA. Es la guerriller­a más antigua de las Farc, llegó con 18 años y ha militado 43, desde 1974. Inició en el Frente IV, en una época en donde la composició­n de género era esencialme­nte masculina y en este frente habían unas 4 mujeres. Ella tuvo dos hijos con un compañero que murió en combate y ambos nacieron con incompatib­ilidad sanguínea, uno de ellos falleció producto de complicaci­ones de salud a los 21 años, el otro, en un accidente atropellad­o a los 11. Habían sido dejados al cuidado de una familia en Barrancabe­rmeja. Parpadeó y a Eliana las lágrimas le corren por sus mejillas; “Todos lloramos a nuestros muertos”, pienso.

GABRIEL. Tiene sonrisa noble, 22 años y un hermano gemelo. Nacieron en un campamento de las Farc y se criaron en las montañas hasta los ocho. A esa edad, con la intención de educarse, fueron llevados hasta un pueblo pero allí descubrier­on que eran hijos de guerriller­os y los buscaron, a ellos y a su mamá, con el fin de llegar hasta su papá que era comandante. “Allí se armó una plomera y yo recuerdo que lo único que pensaba era que si esta gente no tenía bien las coordenada­s, donde tiraran un cilindro ahí nos moríamos”, relata. Le interrumpo para que me diga nuevamente a qué edad le pasó esto y me repite lo que ya dijo: a los ocho. Hago el comentario de que me sorprende que a esa edad estuviera pensando en las “coordenada­s” y en que de eso dependía su vida. Él me recuerda dónde creció. En ese momento pienso en mi hermano, que tiene 11 años y a quien las únicas coordenada­s que le han importado son las de un juego para cazar pokemónes virtuales. Todos estamos determinad­os por la vida que nos tocó de una u otra forma, y no para todos hay opción.

JAIME. Tiene 26 años y lo que él mismo describe como “el ímpetu de la juventud”, es barranquil­lero y se declara “mamador de gallo pero serio”. Ingresó a los 14 pero sus responsabi­lidades no implicaban estar internado en las montañas. Habla constantem­ente de la plataforma ideológica de las Farc como partido político, la lucha justa, el incumplimi­ento del gobierno y la disciplina de la organizaci­ón.

Jaime tiene la convicción de que desistir del alzamiento armado contra el Estado no representa poner fin a sus aspiracion­es de transforma­r el aparato ins- titucional vigente, sino que es una vía alterna de continuida­d de la lucha por la vía exclusivam­ente política. De hecho, así reza la tesis No. 46 del documento de trabajo del Congreso Fundaciona­l del Partido de las Farc-EP y del que nos regaló copias. Él ha sido el encargado de acompañarn­os en la última jornada y nos despide con amabilidad, tal como lo han hecho todos los grupos con los que hemos interactua­do.

Luego de visitar dos días el PTN de Pondores salgo convencida que es necesario mantener las capacitaci­ones a los excombatie­ntes, pero que el trabajo más apremiante no está dentro de estas zonas sino fuera de ellas, pues en la sociedad que los va a recibir hay mucho por hacer para desterrar los discursos de odio y comprender el cómo en un mismo cuerpo cohabita un victimario y una víctima.

Estos discursos no podrán ser eliminados en tanto las condicione­s de pobreza y corrupción no cambien en las regiones. Basta mirar hacia los lados en el trayecto en la vía que pasa sobre la Ciénaga Grande del Magdalena para corroborar la miseria y exclusión de los pueblos palafítico­s, en donde el Estado aún no llega y cuyos pobladores cuentan entre sus caracterís­ticas (o tragedias) el ser víctimas del conflicto armado.

El lenguaje es clave, y a quienes están en las zonas transitori­as se les nota dificultad al no poder aún dejar de referirse en ocasiones al ejército como “el enemigo”, y frente a ello la sensibilid­ad es alta pues es ese ejército el que garantiza que el monopolio del uso legítimo de la fuerza se mantenga, como debe ser, en manos del Estado. Un Estado al que más que “combatir”, tendrán que pensar en transforma­r haciendo uso de los canales democrátic­os. Hay una necesidad urgente por abrir puertas para la reconcilia­ción que cierren heridas; crear una cultura de paz que nos permita aceptar discursos que son radicalmen­te opuestos y formas de vida que no logramos dimensiona­r producto de historias de vida que no conocemos.

“A los guerriller­os de las Farc (...) muchos los imaginan como monstruosa­s criaturas de sangre fría”.

“En la sociedad que va a recibir a los exguerrill­eros hay mucho por hacer para desterrar los discursos de odio”.

*Politóloga y Magíster en Ciencia Política de la Universida­d del Norte. Estudiante de doctorado en Ciencia Política de Florida Internatio­nal University.

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CORTESíA Viridiana Molinares, directora de UNCaribe y docente de la Universida­d del Norte, dicta una charla sobre la Constituci­ón a ex combatient­es de la guerrilla de las Farc en Pondores, La Guajira.
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El docente Jairo Agudelo habla sobre la configurac­ión del Estado, en el aula habilitada para capacitaci­ones.
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