Lo peor de lo malo
La penúltima escena de la vergonzante película nacional corre por cuenta de las desafortunadas, temerarias y absurdas acusaciones que el senador Uribe lanzó contra el periodista Daniel Samper Ospina. Insinuar siquiera un delito tan atroz como la pederastia sobrepasa cualquier mínimo límite de decoro en medio de una discusión dialéctica, y peor aún es querer justificar eso con extrapolaciones semánticas que en nada vienen al caso. El trino de Uribe desembocó en la reacción casi unánime de la prensa nacional y algunos organismos internacionales solicitando respeto por la crítica y el ejercicio periodístico. Como era de esperarse, Uribe se ratificó en sus comentarios y hasta arremetió más fuerte contra el periodismo en general y Samper en particular.
Este episodio, que reitero es el penúltimo porque con seguridad absoluta algo igual o peor vendrá luego, sirve de pretexto y ejemplo para sacar a flote, como si no lo estuviera, lo lejos que estamos de respetarnos en la diferencia. A ambos lados de la red se asientan sin pudor recalcitrantes posturas materializadas en insultos trasbocados y la anulación del argumento del otro a partir de su negación como un posible par. Cada facción se siente dueña de la verdad y facultada para imponerla a punta de hashtag y retuits. En el medio, y al vaivén del titular a 8 columnas o la cortinilla musical que anuncia el avance noticioso, se mueve una etérea y voluble sociedad civil, manejable a punta de miedos y de culpables señalados.
Se puede estar de acuerdo o no con el estilo irreverente de Samper Ospina. Se le pueden criticar algunas salidas de tono, en particular las que se basan en la exageración de alguna característica física de los personajes a los que se refiere; pero de allí a equiparar un mal chiste con una violación hay mucho trecho. Y fallamos por ingenuos si en la lectura de este momento nos quedamos en la anecdótica superficie. El senador Uribe quiere sacarle todos los créditos políticos que pueda a la polarización de posturas y opiniones. El que recuerde algunas representaciones artísticas promovidas por la revista Soho cuando la dirigía Samper, y que algunos grupos sociales consideraron transgresoras e irrespetuosas, no busca nada distinto a alinear posturas político/religiosas que le son afines en una especie de ‘Cruzada’ contra todo lo que no sigue sus dogmas. El fundamentalismo, fanático como suele serlo, sabe arder en agua si eso le conviene.
Y por el otro lado, tampoco ayuda mucho la pose de intelectualoide superioridad con que algunos miran desde sus cómodos escritorios lo que piensa y siente el país de a pie. Cambiar el menosprecio por un sincero interés por entenderlo ayudaría, y mucho, a que fuera más difícil conducir sus pasos a punta de miedo.
Cada escena es peor que la otra. Cuando se cree que se ha tocado fondo, otro fondo aparece. A esta película, y espero equivocarme, le falta aún lo peor de lo malo. El miedo va ganando.