Soberbia, envidia e ingratitud
“La soberbia no es grandeza sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”. San Agustín.
La política en Colombia se exterioriza en forma muy parecida al comportamiento lenguaraz de aquellos animales que, coexistiendo en una selva imperial, tienen que zanjar sus conflictos sociales y constituir su propio régimen político en el que tres antivalores son los referentes conductuales: la soberbia, la envidia y la ingratitud.
La soberbia es la inmoralidad más desequilibrante del principio de igualdad, el politiquero simplemente ostenta su atrevimiento avalado por aduladores, que le encumbran a costa de mermelada y de su propia estima y prestigio, acabando por ser menospreciados y corrompidos por el arrogante dirigente. Se refleja en el relato sobre aquel viejo león que alardeaba porque ningún otro irracional le podría destronar, y decidido sonsacaba para que le dieran por contestación que él y solo él era el infalible soberano.
La envidia es una arbitrariedad perversa sostenida por el poder, presenta particularidades propias: atropello, ilegalidad, antipatía crítica derivada del éxito de otros políticos, insultos y difamación, usando los medios de comunicación, redes sociales, injusticia con la plena intención de dañar al envidiado. Tal como le sucedió a la luciérnaga que resplandecía con luz propia y revoloteaba discretamente en la sombra, pero que fue avistada por un enlodado sapo, que no dudó en escupirle para hacerle caer.
La ingratitud, concluía Bolívar antes de morir, “es el crimen más horrendo que pueda un hombre atreverse a cometer jamás”, evidenciando que es el ser humano quien políticamente tiene la capacidad de negar el beneficio recibido, no redimir el favor o desconocer la gracia que hizo el dispensado. Así fue sorprendida una cigüeña, que frustrada alzó el vuelo después de que extrajo de la garganta del lobo un hueso que amenazaba ahogarlo, confiada y conmovida esperó por gratitud, pero el lobo, mostrándole los dientes, le espetó cínicamente: “Después de que he tenido tu cabeza entre mis colmillos, ¿me pides premio mayor que el perdonarte la vida y dejarte libre?, ahora puedes recitar y relatar a todos que arriesgaste tu vida entre mis dientes”. Soberbia, envidia e ingratitud se han asentado en la sociedad colombiana con proyección perversa sobre las nuevas generaciones.