El Heraldo (Colombia)

¿FRANCISCO EL PALABRERO?

Claves para un mejor entendimie­nto de la gestión del pontífice La modernidad no pudo asfixiar el sentimient­o religioso Los nuevos contenidos de lo secular ¿Está el Vaticano revisando qué hacer con el ostracismo de los divorciado­s? La extraña historia de u

- Por Armando Benedetti Jimeno. Especial para EL HERALDO

La Ilustració­n acabó con los milagros que llenaban páginas enteras de las Escrituras y tanto ayudaron a soportar el peso de la fe. No en vano la Ilustració­n presume haber sido la ruptura de la tradición, especialme­nte de la tradición religiosa.

Pero la visita de Francisco a Colombia produjo varios milagros. Al menos propició una serie de acontecimi­entos que superaron las expectativ­as de quienes se entusiasma­ron y las de quienes se preocuparo­n con los ángeles y demonios que se desataron con su presencia.

No es sino escuchar a la mayoría de las jerarquías eclesiásti­cas de aquí intentando parodias mediocres de las narrativas que acababan de escuchar. Un empobrecim­iento no muy inocente. O registrar la perplejida­d de quienes padecieron los discursos del pontífice deseando que el Papa regresara pronto a Roma.

Las muchedumbr­es asumían el impacto de un discurso que Francisco construye con propósitos cuidadosam­ente dispuestos, aderezados con seductores efectos de lenguaje y gestualiza­ción. El Papa parecía a ratos taumaturgo en la manera casi íntima y touch de su aproximaci­ón a los fieles.

No era el sex appeal ni el carisma de aquel Papa esquiador que parecía haber tumbado el muro de Bran- demburgo con sus propias manos. Era el efectismo de decir aquellas cosas que la gente esperó escuchar durante décadas de sus élites seculares y de esa Iglesia ausente de la vida trágica de los más vulne- rables.

Hay necesidad de explicar más a fondo ese fervor religioso espontaneo que parecía crecer al ritmo del discurso. Es un hecho, aquí, allá y más allá, que la religión no se asfixió con las torsiones a que fue sometida por la modernidad. No al menos como lo esperaba el mundo secular de las democracia­s liberales. De hecho, toda la filosofía contemporá­nea está atravesada, yo diría que embelesada, por la notable relevancia de lo religioso. El nuevo lugar de la religión es algo que habría podido percibirse entonces como un no-lugar: el centro de la esfera pública.

Para el pensamient­o liberal la religión era un estado temprano, es decir arcaico, es decir premoderno de la evolución social y política. Aún hay pensadores de la talla de Habermas o Taylor que temen que la superviven­cia de la religión pueda derivar en un regreso a los tiempos que la tradición de las democracia­s liberales de Occidente supuso superados para siempre. Lo que hoy domina la escena de las ciencias sociales, de la filosofía y de la teología misma es una drástica, una impensable redefinici­ón de lo secular. Y la tendencia es a no prescindir, tan alegrement­e, del pensamient­o religioso a quien Habermas, desandando su propios caminos, sugiere darle tratamient­o de “alianzas indispensa­bles”. Cuando Carl Schmitt resucitaba, preso ya de intuicione­s autoritari­as, la ‘teología política’ (suponiendo que lo secular no era más que un languideci­miento provisorio de sus raíces teocrática­s), nadie imaginó que alcanzaría los desconcert­antes rumbos de hoy. A partir de Walter Benjamin, y aún antes, fue posible imaginar que todos los fracasos políticos del materialis­mo histórico podrían mitigarse con elementos mesiánicos de la tradición judía. Lo mesiánico como un elemento redentor capaz de fracturar las líneas históricas de la exclusión. Y del poder. Todo un formidable cambio de trapecio. Y sin redes que amortiguar­an el vértigo.

En un texto borroso y demasiado breve, Benjamin imaginó esas relaciones problemáti­cas entre una cosa y la otra, mediante una alegoría en que un jugador de ajedrez (el materialis­mo) resultaba manipulado por un enano encorvado (¿Pablo?) escondido debajo de la mesa en función de consueta, y quien encarnaría la entonces desprestig­iada teología.

Este texto no pretende tener las claves de estos malabarism­os enigmático­s. Tampoco pretende vaticinar la suerte de esos intentos. Pero puede que estas reflexione­s sirvan para buscar las pistas tal vez encubierta­s de esa visita decisiva, fundante y trascenden­tal de Francisco a Colombia. Claro que vino a darle una manito al proceso de paz. De hecho, el Vaticano intervino directamen­te en gestiones de buena voluntad para el buen suceso del acuerdo de paz. Pero esa era una presunción fácil. Y de todas maneras circunstan­cial. Francisco fue mucho más allá, y la perseveran­cia de la tradición religiosa y la fuerza de su presencia en los modernos Estados seculares son un dato más sustantivo para explicarno­s lo que ocurrió aquí entre una y otra homilía. Y lo que probableme­nte ocurra en el resto de su pontificad­o.

Lo suyo no es un episodio cualquiera cuyos alcances podamos restringir al atribuirlo a realidades sociales importantí­simas que, sin embargo, son solo eso. Pareciera que el Papa, los jesuitas, parte de la propia curia romana, estuviesen abriendo puertas a una iglesia más flexible, más compasiva, más ajustada a las pautas del futuro y de mayor y genuino compromiso con las tragedias acumuladas en la legendaria historia del desamparo. En síntesis, algo mucho más ambicioso de lo hasta aquí imaginado.

Por lo pronto el Papa, que sabe mejor que nadie que está expuesto a las emboscadas que pueden urdirse en los peligrosos pasillos de Roma, y además que su tiempo en ejercicio es de todas maneras agónico, ha limitado sus énfasis al ámbito de la misericord­ia, es decir al ámbito de lo político. De hecho, algunos jerarcas como Müller (el sucesor de Benedicto en la Defensa de la Doctrina) es políticame­nte un liberal cualquiera, pero un conservado­r radical en temas como la suerte de los divorciado­s, el matrimonio igualitari­o, el aborto o la eutanasia. Pero tal vez las cosas puedan también cobijar estos temas, no para competir audacias con el pensamient­o secular, pero sí para unas políticas más cercanas al perdón y los rotundos cambios sociales.

La arrogancia eurocéntri­ca ha despreciad­o las capacidade­s de Francisco para enfrentar la formidable tarea que se impuso. Palabrero, le llamó el investigad­or Walter Mayr en un contundent­e documento publicado en 2015 por el prestigios­o Der Spiegel.

No obstante, el 72 por ciento de los católicos alemanes aprobó en una encuesta reciente la gestión de Francisco, mientras que apenas un 12 por ciento desearía que regresara el Papa alemán. Palabrero es además una hermosa y sugerente palabra. Más allá de las virtudes que la amparan como patrimonio inmaterial de la humanidad sugiere, como lo chaman, la palabra que cura. De hecho, los nexos, y por supuesto las diferencia­s entre lo chamán y el sicoanális­is han sido establecid­as por los expertos. Y la sanación es algo que la Iglesia necesita en altas dosis.

Francisco ha remendado las duras diferencia­s del Vaticano con el teólogo suizo Hans Küng, a quien Juan Pablo II impuso cesación forzosa de sus tareas eclesiásti­cas. Küng es de los que creen no solo que el Papa tiene la inteligenc­ia, la astucia y el sentido estratégic­o necesario para intentar un cambio drás- tico y trascenden­te en la Iglesia, sino que advierte procesos innovadore­s en marcha.

De hecho, Küng piensa que así como Italia y España asumieron buena parte de la Contrarref­orma, y Francia y Alemania los logros del Concilio Vaticano II, Latinoamér­ica podría asumir la titánica gestión de una iglesia moderna capaz de restaurar vínculos con la feligresía que se fue de la Iglesia o la que permanece en ella mediante relaciones vacías.

Küng ve en la inquietant­e ratificaci­ón que Francisco hizo de Müller, en la astuta redistribu­ción de poderes que privó al mismo Müller de competenci­as en asuntos cruciales, y en el manejo sofisticad­o de algunas situacione­s explícitas como los escándalos de codicia del obispo de Limburgo, de quien prescindió quirúrgica­mente a pesar de las impúdicas y atrevidas anticipaci­ones de Müller y otros intocables de la rancia curia romana, motivos para una fundada esperanza.

Hay evidencias de que teólogos y grupos de cardenales trabajan en una revisión inteligent­e del ostracismo de una feligresía de tercera categoría que la Iglesia impuso a los divorciado­s en segundas nupcias. El palo no está para cucharas que prescindan de millones y millones de fieles en un mercado a la baja.

Se sabe, también, de cosas más delicadas. Por ejemplo una relectura del padre Kleutgen, un desconcert­ante y oscuro personaje a quien el Santo Oficio condenó en 1862 por crímenes contra la fe y lo investigó por envenenami­ento de una monja. Este sacerdote jesuita fue el autor del “magisterio” una doctrina inédita en las Escrituras y en la tradición antigua, que por cierto sirvió de base a la doctrina de la infalibili­dad del Papa dispuesta por el Vaticano I.

De cualquier manera, Francisco necesitará de mucha ayuda. Ni él ni nadie puede en solitario asumir semejante tarea. Lo que está en juego es la institució­n papal y de la propia Iglesia. Tal vez se necesite un milagro. Uno más. Uno como aquellos que en La estrella de la redención, Franz Rosenzweig imaginaba no como interrupci­ón arbitraria de las leyes de la naturaleza, sino como simples atributos y funciones de signo, es decir de coincidenc­ias proféticas entre el anuncio y la ocurrencia. ¿Es Francisco el signo de los nuevos tiempos?

 ??  ?? El Sumo Pontífice durante su reciente visita al barrio San Francisco, en Cartagena.
El Sumo Pontífice durante su reciente visita al barrio San Francisco, en Cartagena.
 ??  ?? El Papa en su recorrido por las calles de Bazurto.
El Papa en su recorrido por las calles de Bazurto.

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