El Heraldo (Colombia)

Om 2 - Karma 2

- Por Mónica Gontovnik

Por estos días guapachoso­s se ha hecho viral el cuento de una pelea en un ya famoso edificio de Barranquil­la. Precisamen­te la noche del desfile del Garabato del Country. En en un barrio donde residen, precisamen­te, la mayoría de los socios del Country Club.

Lo de famoso, es para mí. Explico: en noviembre del año 2013, publiqué una columna que se titulaba: Om. Como me asusta ser una especie de Casandra citadina (cada vez más recuerdo a mi añorado profesor Assa, quien escribía bajo ese nombre), me citaré a mí misma:

“Las religiones como el hinduismo y el budismo se basan en el Dharma, una palabra en sánscrito que alude al orden social y natural, es decir a la conducta de los seres humanos. Como la mayoría de las religiones, se busca una ética normativa que permita a los seres humanos vivir en comunidad. Es obvio que una ciudad es una comunidad. Igualmente un barrio lo es y así lo son un edificio y una casa donde cohabitan personas diversas”.

La columna hablaba del karma que le traería, según las leyes del dharma, a ese edificio el haber maltratado la casa vecina y me atrevía augurar que la construcci­ón desatada en la ciudad iba a hacer lo mismo con muchas otras casas.

Lejos estaba de entender que el maltrato vendría por parte de la imposición de nuevos impuestos bajo cualquier excusa de estudios de expertos, por parte de nuestra adorada administra­ción distrital. Pero, me desvié, ese es otro problema.

Seguía mi columna del 2013 así: “La palabra ‘Om’ es una palabra sánscrita que es de los mantras más comúnmente utilizados en las religiones dharmicas. Se considera una sílaba cuyo sonido vibra de un modo que puede ayudar a unir lo físico con lo espiritual, es decir, acercarnos a lo divino y a la paz interior. La apropiació­n inadecuada de este tipo de sílaba para nombrar un edificio ultramoder­no con todo tipo de amenidades, parece un chiste cruel”.

Desviándom­e de nuevo, que es lo bueno de seguir abriendo links neuronales, quiero acotar que siempre me ha fascinado la obsesión de los constructo­res de edificios barranquil­leros por poner nombres de ciudades y pueblos europeos, marcas de carros o de diseñadore­s de prestigio, etc.

En mora un estudio sobre esto. Lo siento, retomo el hilo que se me escapa en estos días de recocha.

En el mes de diciembre del 2016, titulaba otra columna así: Karma. Me refería a que ya estaban tumbando las casas vecinas a mí y cómo este era el karma de todos.

Se me antoja bien extraño que el edificio Om ha sido, cinco años más tarde, escenario de una lamentable situación por problemas de convivenci­a. Como si arrastrara un karma que han de resolver, y pronto, por el bien de todos.

Mi karma me llevó a mudarme a un edificio que no tiene nombre de origen extranjero, pero sí una falta de ortografía a propósito, para dizque distinguir­lo de la fruta real.

Escapando del derrumbe de casas, hice parte del tumbe de otra. Solo espero que en este nuevo edificio encontremo­s una forma adecuada de convivir. En carnavales promociona­mos la convivenci­a, pero en realidad, ¿qué hacemos el resto del año?

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