¿Quése hicieron los jueces?
Qué pasa con la justicia? Se preguntó hasta su muerte el campesino Arcadio Modesto ante la inutilidad de sus reclamos ante la justicia en la finca Diana María de la vereda Macondo. Y lo mismo que el anciano se preguntaban los que conocieron la orden de libertad a un jefe de los urabeños, Óscar Almanza; o la que favoreció a José Miguel Demoya, del Clan Úsuga; o la que dejó libre a José Esteyman, con cargos de narcotráfico. Cuando el lector común encuentra que esas historias se multiplican, se pregunta lo mismo: ¿qué pasa con la justicia?
Claro que pueden ser equivocaciones aisladas de jueces inexpertos o de escasas luces, o presionados por ofrecimientos o por amenazas. Pero no se puede mirar con indulgencia el caso cuando te encuentras el dato del Consejo Superior de la Judicatura, que en diciembre del año pasado reveló las sanciones a 320 jueces. Sí, la cifra es correcta: ¡320 en los últimos cuatro años!
Uno trata de digerir la cifra y el hecho de que sean 320 los sancionados, cuando aparece el otro dato: el de los magistrados. Sí, los mismos que, cuando entran con sus togas relucientes, son recibidos de pie por los asistentes a la sala, en señal de respeto a la justicia que ellos encarnan. ¿Qué pasa con la justicia cuando dos expresidentes de la Corte y un magistrado cambian de lugar y pasan del estrado al banquillo de los acusados por sobornos que habrían cobrado por fallos judiciales favorables a los interesados?
El ciudadano común se ve obligado a revisar su visión ingenua de una justicia incorruptible. Con los jueces vaya y venga, ¿pero con un magistrado? ¿Qué está pasando?
Lo hablo con personas que comparten la misma indignación, y una que es socióloga propone esta hipótesis: la cercanía de los jueces y magistrados con los políticos. En el Congreso los políticos tienen que ver con los nombramientos de los magistrados y esto, más que acercarlos, logra una endiablada mezcla de intereses. No digamos que los políticos están corrompiendo a los jueces y magistrados, pero sí que acaban trabajando juntos por los mismos intereses personales.
Otros podrían explicar que los jueces llegan a adoptar la misma perspectiva de los delincuentes. Fue la conclusión a que nos llevó la historia de La Gata, la mujer condenada a 37 años de prisión por asesinato y favorecimiento del paramilitarismo. ¿Qué le pasó al juez David Hassan Saade que, otra vez, la envió a su casa por cárcel? ¿La mañosa criminal contagió al juez? Díganme si no es un delincuente el juez que ordenó al Seguro Social pagarle 248 millones a una clínica inexistente porque solo figuraba en un documento.
Es grave que uno tenga que preguntarse reiteradamente ¿qué pasa con la justicia? Pero es más grave que ante estos magistrados y jueces la gente decida aplicar su propia justicia.
El video que muestra a unos indignados ciudadanos que patean y golpean aun ladrón de celulares que, desde el suelo, esperala llegada de la Policía para que lo rescate, es apenas un episodio de los que se están multiplicando en que a falta de jueces justos y de una justicia pronta y oportuna, el ciudadano indignado suple con su rabia lo que no hacen los jueces. Es el regreso de la sociedad a la oscura época de las cavernas y del imperio de la fuerza bruta.