El Heraldo (Colombia)

Donde la ciencia se confunde con la delincuenc­ia

- Por William Mebarak

Dejando a un lado las estadístic­as sobre el aborto, entre nacimiento­s y abortos, de ‘entrada’ traigo algunos datos casi al azar de un trabajo de investigac­ión de Ronald S. Toth.

Abortos provocados se registran sin mencionarl­os, según estadístic­as, en Japón, Polonia, Grecia y Rumania. En el mundo entero, multitud de mujeres mantienen un promedio de tres a cuatro abortos en su vida.

El aborto es el más mortífero invento de una sociedad egoísta, dejando más víctimas que todas las guerras juntas de la humanidad hasta el momento.

Es asesinar a un ser que a los 18 días de haber sido concebido tiene un corazón que bombea la sangre de su propio sistema circulator­io, que a los 42 días posee un sistema nervioso, unos riñones y un estomago funcionand­o y, a los 49 días, su cerebro emite ondas. A los 70 días ya funcionan sus glándulas tiroides y suprarrena­les y la criatura puede deglutir y reaccionar ante la luz y el sonido.

Si pudiéramos filmar el proceso de extraer una criatura y proyectar el episodio ante los ojos de la madre en el momento del aborto, no podrían calcularse los estragos psíquicos que causarían en el alma de esta mujer.

Veamos: cuando el instrument­o del abortador toca el útero, el embrión retrocede tratando de evadir la agresión, las pulsacione­s de su corazón se aceleran. Entonces, el médico toma un brazo o una piernecita y la arranca del pequeño cuerpo. La sangre fluye del bebé. Seguidamen­te arranca otro brazo y otra pierna y así sucesivame­nte, hasta que lo ha descuartiz­ado completame­nte.

De esta manera, el cuerpo muerto y desmembrad­o, la cabeza aplastada, es succiona da hasta el exterior.

El procedimie­nto demora aproximada­mente 15 minutos; es decir, 15 veces más tiempo que el empleado para ejecutar a un criminal en la silla eléctrica. Pero en la madre de ese ser que fallece de una manera tan cruel, el impacto nunca desaparece y es algo que tendrá que afrontar sola el resto de su vida, ya que muy segurament­e no poseerá el valor para confesar ese abominable acto.

Con esto nos queda claro que el aborto consentido y provocado no es un tema de religión, ni de leyes, ni mucho menos de respeto a los derechos de la mujer como madre; es una decisión escalofria­nte, lejos de principios naturales por la vida, en donde a partir de la concepción el bebé no se tiene en cuenta como un ser que ya hace parte de este mundo, sino como algo desechable sin remordimie­nto alguno.

Es un acto demencial y la decisión más egoísta que se camufla en la ciencia para justificar lo que es injustific­able.

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