Reforma a la justicia
No es este un tema refrito –como se dice ahora– o trillado, como hemos dicho siempre. No, por el contrario, es un tema de impactante actualidad, tan trascendental que podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que un país donde no existe o es lamentable el resultado de la justicia como órgano supremo de la estabilidad estatal, es sencillamente un país inviable.
Puede resultar a simple vista una posición efectista o teatral. Pero no lo es. En la organización democrática de la separación de los poderes autónomas, en la estructura metafísica del contrapeso constitucional, en la práctica de la cúspide de una organización suprema que represente los valores y la equidad en la columna de las conductas humanas, la Justicia –con mayúscula– es la depositaria más digna del poder supremo, de la soberanía popular, de la confianza en su percepción más profunda de los ciudadanos. Una justicia inexistente es el camino más rápido para el caos. Pero peor aún, una justicia corrupta es la autopista para la vergüenza colectiva. No podemos decir que toda la justicia en Colombia es corrupta. No, hay muchos magistrados de las grandes Cortes que son orgullo de la patria y de su órgano del poder público. Cientos de jueces en todas las ramas enorgullecen la hermenéutica y el ejercicio de la justicia. Hoy día, en el país la Procuraduría, la Fiscalía y la Contraloría General de la República son –les guste o no a muchos– las entidades modelos que sacan la cara por la equidad, la ética, el equilibrio y la implementación de la justicia.
Pero horribles lunares pervierten la perspectiva ciudadana sobre este poder público. Porque sí hay quienes la pervirtieron. Sí existen quienes la depravaron. Sí la practican en medio del delito quienes se enriquecen de ella. “Es justa la condenación de quienes hacen mal para que venga el bien”, afirmó San Pablo en la Epístola a los Romanos, capítulo tercero. Por eso el Gobierno tiene el deber de liderar un proyecto a través del Congreso, firme, contundente, para una Reforma integral de la justicia colombiana. Debe olvidarse de las morisquetas para las elecciones, apartarse de las obsesiones, de los placebos para la paz y dedicarse a temas tan profundos y trascendentales para el país como el objetivo de limpiar y modernizar la justicia. El Congreso debe comprometerse a fondo, debe entender que es un deber moral que tiene en sus manos. La oposición debe apartarse de tanta ridiculez proselitista y partidista para las próximas elecciones y mirar hacia la estructura de su paradigma si quiere conquistar electores, como lo es cambiar la misma perspectiva de la justicia. Ya lo dijo Vasconcelos: “La gran tragedia humana está en el divorcio entre la justicia y el poder”. Únanse magistrados, Cortes, poderes de control, Gobierno, Congreso, todas las ramas del poder juntas y háganle honor al gran clamor de toda una Patria adolorida: queremos una Justicia limpia, digna, eficiente, sabia. ¿Es que no escuchan ese clamor ? ¿Están sordas? ¿No leen diario o escuchan radio o solo ingresan a las redes para conquistar votos? ¡Por favor, salven a la justicia si quieren salvar a Colombia!