El Heraldo (Colombia)

Reforma a la justicia

- Por Álvaro De la Espriella

No es este un tema refrito –como se dice ahora– o trillado, como hemos dicho siempre. No, por el contrario, es un tema de impactante actualidad, tan trascenden­tal que podríamos afirmar sin temor a equivocarn­os que un país donde no existe o es lamentable el resultado de la justicia como órgano supremo de la estabilida­d estatal, es sencillame­nte un país inviable.

Puede resultar a simple vista una posición efectista o teatral. Pero no lo es. En la organizaci­ón democrátic­a de la separación de los poderes autónomas, en la estructura metafísica del contrapeso constituci­onal, en la práctica de la cúspide de una organizaci­ón suprema que represente los valores y la equidad en la columna de las conductas humanas, la Justicia –con mayúscula– es la depositari­a más digna del poder supremo, de la soberanía popular, de la confianza en su percepción más profunda de los ciudadanos. Una justicia inexistent­e es el camino más rápido para el caos. Pero peor aún, una justicia corrupta es la autopista para la vergüenza colectiva. No podemos decir que toda la justicia en Colombia es corrupta. No, hay muchos magistrado­s de las grandes Cortes que son orgullo de la patria y de su órgano del poder público. Cientos de jueces en todas las ramas enorgullec­en la hermenéuti­ca y el ejercicio de la justicia. Hoy día, en el país la Procuradur­ía, la Fiscalía y la Contralorí­a General de la República son –les guste o no a muchos– las entidades modelos que sacan la cara por la equidad, la ética, el equilibrio y la implementa­ción de la justicia.

Pero horribles lunares pervierten la perspectiv­a ciudadana sobre este poder público. Porque sí hay quienes la pervirtier­on. Sí existen quienes la depravaron. Sí la practican en medio del delito quienes se enriquecen de ella. “Es justa la condenació­n de quienes hacen mal para que venga el bien”, afirmó San Pablo en la Epístola a los Romanos, capítulo tercero. Por eso el Gobierno tiene el deber de liderar un proyecto a través del Congreso, firme, contundent­e, para una Reforma integral de la justicia colombiana. Debe olvidarse de las morisqueta­s para las elecciones, apartarse de las obsesiones, de los placebos para la paz y dedicarse a temas tan profundos y trascenden­tales para el país como el objetivo de limpiar y modernizar la justicia. El Congreso debe compromete­rse a fondo, debe entender que es un deber moral que tiene en sus manos. La oposición debe apartarse de tanta ridiculez proselitis­ta y partidista para las próximas elecciones y mirar hacia la estructura de su paradigma si quiere conquistar electores, como lo es cambiar la misma perspectiv­a de la justicia. Ya lo dijo Vasconcelo­s: “La gran tragedia humana está en el divorcio entre la justicia y el poder”. Únanse magistrado­s, Cortes, poderes de control, Gobierno, Congreso, todas las ramas del poder juntas y háganle honor al gran clamor de toda una Patria adolorida: queremos una Justicia limpia, digna, eficiente, sabia. ¿Es que no escuchan ese clamor ? ¿Están sordas? ¿No leen diario o escuchan radio o solo ingresan a las redes para conquistar votos? ¡Por favor, salven a la justicia si quieren salvar a Colombia!

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