De piropos y caderas
Piropo, creación popular, arte callejero en vías de extinción. Un piropo ha sido siempre una frase ingeniosa que, en general, se lanza a las mujeres en la calle para adularlas, cortejarlas y enamorarlas. Un piropero es aquel hombre que cultiva este género expresivo.
En tiempos de nuestras madres y abuelas, salir a cine o al mercado, atravesar una avenida de gran congestión o ir a comer helado en familia, propiciaba encuentros con piroperos de todas las clases. Todavía hoy, en la mayoría de las ciudades y pueblos del Caribe es casi imposible que una bella mujer salga a la calle y no reciba un piropo. Existen esquinas emblemáticas donde ociosos expertos se parquean a comentar los deportes y ‘vacilar a las muchachas’.
La regla de oro de una mujer al escuchar un piropo era, en tiempos de mis hermanas, hacer caso omiso, no mirar, no manifestar complacencia o indignación, seguir simplemente caminando con la cabeza en alto, como si nada, aunque muchas reconocieran prestar atención al eventual piropo, afinando el oído y la visión. Sé que no pocos romances surgieron tras un cruce de miradas generadas por un piropo.
Cosa común y aceptada en otros tiempos, el piropo se denuncia hoy en varios países del mundo y se multa por acoso sexual al piropero. Es que, en ciudades de América Latina, por ejemplo, el piropo puede ser profundamente violento, una práctica que genera impacto psicológico negativo. Se da en el contexto de una cultura machista fuertemente arraigada, de una violencia de género que victimiza a la mujer.
Argentina, Perú, Bolivia, México y Estados Unidos, entre otras naciones, establecen duras sanciones contra los acosadores. En el caso colombiano la ley no está del todo clara al querer establecer un límite entre un piropo y un acoso sexual.
Agresivos, obscenos, irrespetuosos, abusivos e intimidantes, así describen las mujeres a la mayoría de los piropos que escuchan de los hombres en las calles cuando van caminando, porque es en la calle donde el piropo reina.
En todo caso, los buenos piropos suelen surgir de manera espontánea. Han de ser ingeniosos, frescos, divertidos, algunos inocentes, otros insinuantes, pero casi nunca vulgares. La noción de piropo se encuentra incluso en un silbido entusiasta y, en ocasiones, es una respuesta natural al contoneo de una cadera que armoniosamente pasa. Entonces el observador más atrevido dice: ¡Nena, no menees tanto la cuna que se despierta el niño!
Sin duda, el ‘caminado’ de mujeres hermosas sigue inspirando en los hombres emociones instantáneas, pero el movimiento de ciertos jóvenes parece provocar también pasión en muchas mujeres. El compositor santiaguero Alejandro Almenares escribió su canción Mueve la cintura mulata pensando claro en una dama, pero la gran Omara Portuondo hizo de su versión una subversión legítima, al cantársela a un muchachón de movimientos devastadores. “Y le digo así: mulato, tienes en las caderas una tembladera que arrebata. Cuando hicieron los mulatos, los hicieron para mí…”.