El Heraldo (Colombia)

Museos y teatros

- Por Manuel Moreno S.

La noticia sobre el cese de actividade­s del Museo del Caribe, divulgada la semana pasada, resulta tan desalentad­ora como previsible. Hace mucho rato que era evidente el deterioro del edificio y de su contenido, desde la falta de mantenimie­nto para la conservaci­ón de sus exhibicion­es hasta las fallas en el sistema de climatizac­ión, visitarlo se había vuelto un ejercicio incómodo. Luego del anuncio formal, siguió el desfile de comentario­s que reclamaron una mayor atención a estos temas, críticas a su administra­ción y muchas preguntas sin respuesta, el usual coro pasajero que se rasga las vestiduras por los problemas que rodean la cultura barranquil­lera.

Lo cierto es que el cierre del emblemátic­o museo no parece ser un incidente aislado, han pasado varias cosas que nos obligan a mirar con cuidado lo que está sucediendo con los espacios culturales en nuestra ciudad. Un rápido resumen nos revela una realidad que no parece ser fruto de la coincidenc­ia: el teatro Amira De la Rosa está clausurado y francament­e no parece hacernos mucha falta (en principio no he tenido noticias de grandes espectácul­os que nos hayamos perdido); el Museo de Antropolog­ía de la Universida­d del Atlántico tuvo que cerrar sus puertas ante el riesgo de colapso de su estructura, y las obras del nuevo Museo de Arte Moderno están detenidas por problemas administra­tivos y de presupuest­o, un triste compendio de dificultad­es.

La primera reacción ante un problema que concierne el interés público suele ser culpar al Gobierno. Sin embargo, no creo que en este caso la responsabi­lidad se pueda adjudicar así, de una manera tan simplista. Me parece que cada uno de nosotros tiene algo que ver con esta difícil situación. Creo que los ciudadanos comunes también somos responsabl­es de este asunto porque le hemos dado la espalda a estos espacios, ignorando que para subsistir necesitan recursos y no únicamente buenos deseos y cariño.

Por eso me atrevo a sugerir que uno de los principale­s obstáculos a los que se enfrentan quienes tienen a su cargo el cuidado y el mantenimie­nto de los museos y los teatros es que la mayoría de las personas sienten que su preservaci­ón depende exclusivam­ente del Estado o de algún benefactor providenci­al. Hace tiempo que creemos que no debemos pagar nada, o casi nada, por escuchar una canción, por leer un libro, por ver una película, o por tener el privilegio de observar una obra de arte. De esta manera se llenan los espectácul­os y los eventos sin cobro (los conciertos en el parque Sagrado Corazón son un buen ejemplo), mientras que, con la excepción de los festejos carnavaler­os, cualquier otro evento pago observa problemas para llegar al punto de equilibrio.

Vale la pena que como ciudadanos entendamos que los artistas y sus obras no pueden subsistir sin el apoyo decidido de todos, no solo de las instancias públicas.

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