El Heraldo (Colombia)

Cargadores de maletas

- Por Jorge Muñoz Cepeda Jorgei13@hotmail.com @desdeelfri­o

La caída del presidente del Perú, Pedro Pablo Kuczynski, por cuenta de la vinculació­n de su gobierno con el escándalo de la corruptora multinacio­nal Odebrecht, es un ejemplo de cómo una sociedad, si hay voluntad de por medio, puede castigar a los altos funcionari­os que juegan a las cartas con los recursos públicos de la gente a la que deben servir.

Castigar a un presidente no necesariam­ente quiere decir enjuiciarl­o y condenarlo (ya está visto que, cuando se trata de gente poderosa, la administra­ción de justicia es lenta y permisiva en nuestros países), pero sí ejercer presión para apartarlo del poder, y exhibir su culpabilid­ad, su complicida­d o sus omisiones, con el fin de despojarlo de la legitimida­d que se necesita para ejercer cargos de máxima responsabi­lidad.

En Colombia nos ha faltado diligencia y valor para llevar ante la justicia –o al menos someter al escarnio– a los máximos responsabl­es de los sobornos de la compañía brasileña, a sus mayores beneficiad­os, a los personajes que siempre repiten, con el sainete de quienes se saben intocables, que ellos no saben nada sobre nada. Apenas un puñado de involucrad­os de mediano nivel ha sido vinculado formalment­e a procesos judiciales, lo cual habla muy mal de nuestra manera de enfrentar a las mafias de la corrupción.

Quienes terminan castigados son siempre los que cargan las maletas con unos cuantos billetes adentro, los que se compran un apartament­o o un carro de alta gama o una finca de recreo. Pero esos pequeños placeres que se permiten los que gestionan contratos billonario­s son apenas un componente de la corrupción, uno estadístic­amente insignific­ante. Porque los más importante­s beneficios no son fácilmente cuantifica­bles: burocracia oficial, gobernabi- de mandatario­s, continuida­d de grupos políticos en el poder. En pocas palabras, una gran parte del funcionami­ento del Estado y del margen de maniobra que tienen nuestros gobernante­s para ejecutar sus políticas, depende de las coimas que a veces condescend­emos a descubrir, encarcelan­do por pocos años a los cargadores de maletas.

En Perú, un país que queda muy cerca de aquí, hay un expresiden­te preso, otro fugitivo, y acaba de renunciar el jefe de Estado en ejercicio. Eso demuestra que, por alguna razón que no queremos desentraña­r, nuestros vecinos le dieron cara a lo que el Departamen­to de Estado de Estados Unidos llamó “la mayor red de sobornos extranjero­s de la historia”, comenzando por arriba, sin miedo, sin pudor, sin asco.

Y nosotros, los que vivimos en uno de los lugares más corruptos y desiguales del mundo, por cuenta de la compravent­a de privilegio­s a la que nuestros líderes nos han acostumbra­do, ¿cuándo dejaremos de conformarn­os con atrapar a un par de tristes personajil­los que cargan las maletas de la infamia?

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