El Heraldo (Colombia)

El ascenso del acordeón a los Andes

- Por Alonso Sánchez B. @sanchezbau­te

El vallenato inició su ascenso a los Andes con las primeras composicio­nes en ser grabadas, a principios de los cuarenta, como la del tándem de Guillermo Buitrago y Abel Antonio Villa, uno interpreta­ndo la guitarra, y el otro, su acordeón.

Buitrago murió a los 29 años, en 1949, un año después de que esta música comenzara a ser difundida desde las letras. Uno de los primeros en hacerlo fue Gabriel García Márquez en un texto publicado en su columna “Punto y aparte”, en El Universal, el 22 de mayo de 1948, apenas un mes después de regresar a Cartagena huyendo de la violencia que en Bogotá marcó el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Ese texto comienza con su ya famosa frase “No sé qué tiene el acordeón de comunicati­vo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimient­o”.

Gabo no usa el apellido vallenato en este artículo sobre la música de acordeones, “un instrument­o proletario al que en Argentina quisieron darle categoría de salón”. Tampoco lo hace Belisario Betancur dos años después, cuando la revista Semana da carátula al cantante bogotano Julio Torres Mayorga y su éxito en ritmo de paseo El aguacero, tal cual lo comenté aquí hace ocho días.

Cinco años después, Colombia se sorprende con el bellísimo texto de Manuel Zapata Olivella en la revista Cromos del 2 de mayo de 1955. Y se sorprende tanto por la belleza de su prosa como por la misma sorpresa con la que cuenta Zapata su propio descubrimi­ento del Valle de Upar. “Cualquiera que hubiera sido el idioma que hablara anteriorme­nte el acordeón, muy pronto se olvidó de él para expresarse en el más puro lenguaje popular. El provincian­o nació para el canto. Desde que se acerca uno a El Copey, Caracolici­to o Valencia, advierte que el hombre parece que cantara para hablar. ¡Y en realidad canta! Quien oye por primera vez hablar a un oriundo de La Paz, en la provincia de Valledupar, advierte un dejo melodioso, como si el idioma tuviera el privilegio de expresarse en un ritmo cantarino. La gente de esta región vive en permanente expresión melódica”. Lo enfatizo: ¡en permanente expresión melódica!

Un año después, Escalona visita por primera vez Bogotá y Gloria Valencia de Castaño también se sorprende. “¿Por qué, si me acaba de decir que hay una gran cantidad de compositor­es en Valledupar, usted es el único conocido; el único nombre que ha salido de la Región? Porque si hay muchos más, aquí no los conocemos”, se le oye preguntar, con voz pausada y elegante, en su entrevista para la HJCK. Y Escalona contesta con un amoroso tono de humildad, que también sorprende: “Sí, hay muchos más. Y muy buenos también. Está este muchacho Leandro Díaz, que es un caso único. Es ciego y, a pesar de eso, en sus cantos habla de colores y de estaciones y de todo. No lo conocen aquí por ahora, pero ya verán cómo lo conocerán con el tiempo”.

Con el tiempo esta música local, que esta semana se homenajea como cada abril en Valledupar, se convirtió en la música de toda una nación.

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