El riesgo del pulmón amazónico
La riqueza de esta zona selvática, ubicada en buena parte en Brasil, es víctima de la deforestación, de la contaminación de ríos por la extracción de minerales y del narcotráfico.
La cruel intervención del hombre en la Selva Amazónica, considerado el bosque tropical más extenso del planeta, ha desencadenado una crisis ambiental. No es para menos. Desde 2004 y hasta fecha, la Amazonía ha perdido 30.000 de sus 6 millones de kilómetros cuadrados.
Este pulmón de la humanidad está ubicado como una gran nación ambiental entre nueve países, de los cuales la mayor área la poseen Brasil y Perú. En su orden siguen Colombia, Bolivia, Ecuador, Guyana, Venezuela, Surinam y Guayana Francesa. Una de las mayores causas de la desaparición de grandes zonas de árboles, plantas y fauna autóctona es la deforestación para la construcción y para la industria. La preocupación mundial se basa en una cifra impactante: entre 1990 y 2015, se perdieron 129 millones de hectáreas de bosque. Cemento para vías y viviendas; fuego para siembras y motosierras de los madereros que hicieron su agosto por encima de normas ambientales fueron las principales causas. Las cifras de las entidades internacionales encargadas de vigilar el medio ambiente son alarmantes. Cada minuto desaparecen de la faz de la Tierra 10 hectáreas de bosque. El desesperado llamado internacional para defender el medio ambiente enfrenta duras tareas porque la riqueza amazónica -ubicada en buena parte en el Mato Grosso, uno de los estados brasileros con mayor territorio selvático- es víctima de la deforestación; de la contaminación de ríos por extracción de minerales y una amenaza más, tal vez la más grave: el narcotráfico. Todas estas circunstancias ponen en riesgo la supervivencia de los pueblos, dado el permanente y veloz cambio de valores de la economía mundial. Inclusive el riesgo ha dado lugar a que el Papa Francisco tenga puesto sus ojos en este sensible tema, tanto que ha preparado un documento dirigido a la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos en octubre de 2019 para lo que se denomina la región Pan Amazónica, con el fin de escuchar a los pueblos indígenas y a todas las comunidades que viven allí. Ahora más que nunca la protección de este pulmón se debe fundamentar en la necesidad urgente de proteger una región rica en biodiversidad, multi-étnica, pluricultural y pluri-religiosa, un espejo de toda la humanidad que, en defensa de la vida, exige cambios estructurales y personales de todos los seres humanos y de las naciones, tanto las nueve que reciben sus beneficios, como el planeta entero.
Entre 1990 y 2015, se perdieron 129 millones de hectáreas de bosque. Cemento para vías y viviendas; fuego para siembras y motosierras de los madereros que hicieron su agosto por encima de normas ambientales fueron las principales causas.