El Heraldo (Colombia)

Veintitrés puñaladas (I)

- Por Jaime Romero Sampayo

García Márquez parece que no, pero sí. Ya sea por su alergia a la pedantería, o ya sea para no romper el ritmo de vértigo de su prosa, pero el caso es que en sus novelas nunca menciona a los autores clásicos, a pesar de conocerlos muy bien y en alegre compadrazg­o. Su hojarasca y su coronel a quien nadie le escribía vienen apadrinada­s por Sófocles. Y del Julio César de Suetonio –del que ya comió su Patriarca otoñal– aprovecha las más contundent­es imágenes para apuntalar la mejor novela corta que jamás se ha escrito en español: Crónica de una muerte anunciada.

Sin embargo, un clásico es un libro del que todo el mundo habla, pero nadie lee. El mismo García Márquez, poco después de publicarla, se vio en la tesitura de escribir una columna para desvelar, con mucha gracia y sutileza, que esa novela corta suya tenía vínculos cómpliha ces con las obras clásicas de Suetonio y Plutarco referidas a Julio César. Ahí nos dice que “el 15 de marzo del año 44 antes de Cristo, todo el mundo en Roma sabía que a César lo iban a matar. Todo el mundo menos él mismo”. Igual que Santiago Nasar, aun cuando “nunca hubo una muerte tan anunciada”.

Ahí también nos recuerda que Julio César “fue muerto de veintitrés puñaladas”, para enseguida concluir, burlón, con que “cualquier parecido con cualquier otra historia, viva o muerta, será pura coincidenc­ia”.

Pero los guiños de Gabo a Suetonio son múltiples. Primero, los presagios. Julio César, por sus cargos, vivía sujeto a los vaticinios de los adivinos oficiales. Interpreta­ción de sueños, de prodigios y de las entrañas de los animales de sacrificio­s sagrados. Y la madre de Santiago Nasar “tenía una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos”. La semana anterior a su muerte, Santiago Nasar “había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros”, mientras que Julio César soñó “que se remontaba sobre las nubes y ponía su mano en la de Júpiter”. Y Calpurnia, su mujer, la víspera soñó “que se desplomaba el techo de su casa y que mataban a su esposo en sus brazos”. El propio César “celebró un sacrificio y no se encontró el corazón de la víctima”. Y el arúspice Spurinna le advirtió, durante otro sacrificio, “que se guardase del peligro que le amenazaba para los idus de marzo”.

García Márquez menciona las entrañas de tres conejos que la criada, un rato antes de la tragedia, arrancó de un cuajo y se las echó a los perros. Santiago Nasar le dijo: “No seas bárbara. Imagínate que fuera un ser humano”.

Tanto Julio César como Santiago Nasar hablaron de sus propias muertes –sin sospecharl­as– la noche antes de morir. En la cena, Lépido le preguntó que cuál era la muerte más apetecible, y César contestó: “La repentina e inesperada”. Y Santiago Nasar, a quien el olor de las flores encerradas le recordaba la muerte, al entrar al templo floreado donde se casaban Angela Vicario y Bayardo San Román, dijo: “No quiero flores en mi entierro”. Así se hizo.

(Continuará…).

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