El Caribe de los ‘millennials’
Una nueva generación de líderes costeños está irrumpiendo en el mundo profesional colombiano. Esta generación de millennials tendrá el desafío de superar los endémicos errores de la región y sobrepasar los resbalones del pasado.
¿Cómo? Lo primero es va- lorar nuestra idiosincrasia, ser proactivo desde lo que somos y nunca suavizar nuestra manera de ser para satisfacer al molde bogotano. Nuestra actitud hacia el exterior siempre debería enraizarse en nuestra riqueza cultural, porque es nuestro mayor valor agregado.
Lo segundo es entender que la “departamentalización” de la Costa nos resta frente a las otras regiones; entendiendo a esta como la parcelación de nuestros intereses. Es apremiante unificar la voz Caribe a nivel nacional y, por tanto, profundizar en la creación de la región como entidad política. Este es el primer paso para lograr los grandes proyectos, como la erradicación de la pobreza extrema regional desde las propuestas de la Casa Grande Caribe.
Tercero, no podemos seguir teniendo una bancada costeña arrodillada al poder central y concentrada en recobrar –en mermelada– lo que se gastó en campaña. Hay que dejar atrás el pacto tácito entre las élites costeñas y el poder central que no es más que la receta perfecta para el inmovilismo social y económico. También tenemos que concientizarnos de que tres ministros costeños de 16 ministerios existentes, en este nuevo gabinete, es insuficiente. El Caribe representa el 22% de la población nacional; cada gobierno nacional debería tener entre 4 y 5 ministros costeños y al menos uno de estos debería sentarse en unos de los grandes ministerios (Cancillería, Defensa, Comercio o Hacienda).
Cuarto, hay que superar la unilateral retórica de la discriminación bogotana. Es cierto que la desigualdad cultural en el trato y el abandono del gobierno central es un hecho tangible e histórico que todos hemos vivido de una manera u otra. Pero tenemos que pasar de la queja a la acción y ser nosotros mismos los que impongamos y reivindiquemos nuestro talento con meritocracia.
Quinto, nuestro desarrollo depende de la calidad de nuestros centros de formación. No podemos pretender mejorar nuestros índices económicos si la fuga de cerebros hacia el centro del país perdura. El fortalecimiento del Caribe tiene que venir de una alianza estratégica entre el tejido empresarial regional y nuestras universidades. Así mismo, se requiere enlazar la demanda laboral local con nuestra oferta educacional.
Finalmente, la industrialización de nuestra economía es per se una obligación, pero esta no nace del empuje individual sino de la capacidad que tienen los capitales de juntarse. Históricamente, los caribeños no hemos sabido aglomerarnos en cooperativas o en asociaciones económicas para emprender proyectos empresariales de gran magnitud. Es tiempo de sobrepasar nuestra mentalidad empresarial individualista, que viene de las tradicionales servidumbres y del alambre de púa, para llegar a entender que de la unión nace la fuerza.