El Heraldo (Colombia)

El turno del alcalde Pereira

Gran parte de la ciudadanía se pregunta si no existe en Cartagena una persona preparada para desempeñar­se como alcalde que no suscite las obvias dudas derivadas de algún proceso pendiente con la justicia.

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Luego de reunirse personalme­nte con los tres candidatos que postuló el Partido Conservado­r, encuentros en los cuales les realizó un cuestionar­io de 20 preguntas, el presidente Duque nombró como alcalde de Cartagena al abogado Pedrito Pereira, exconcejal y exrepresen­tante a la Cámara, en reemplazo del suspendido Antonio Quinto Guerra.

Como si se tratase de una broma de mal gusto o de un eslabón de una larga cadena de episodios surrealist­as, Pereira es el decimoprim­er burgomaest­re de La Heroica en 9 años. La ciudad padece de una crisis institucio­nal sin precedente­s, por cuenta de incontable­s episodios de corrupción que han salpicado y sacado de sus cargos a los anteriores gobernante­s distritale­s.

Esta seguidilla de anomalías, investigac­iones, inhabilida­des y delitos hizo que el Gobierno le pidiera al nuevo mandatario firmar un documento en el que se compromete, entre otras obviedades, a mantener relaciones transparen­tes con el Concejo, presentar sus declaracio­nes de renta, revelar sus relaciones con las entidades públicas y combatir la corrupción que lo elevó, por una carambola del destino, al primer cargo de la ciudad más emblemátic­a de Colombia.

Como si no fuera suficiente, Duque le encomendó a su vicepresid­ente, Marta Lucía Ramírez, la tarea de supervisar que los compromiso­s firmados por Pereira no se incumplan. Es decir, que, además de la vigilancia natural que deben ejercer los organismos de control, las actuacione­s del nuevo alcalde serán monitoread­as de manera permanente por la Casa de Nariño.

No se había terminado de secar la tinta en el decreto presidenci­al cuando ya se hablaba de que Pedrito Pereira también ha estado inmerso en líos judiciales: al menos cinco procesos en su contra fueron atendidos por la Corte Suprema de Justicia, dos de ellos terminaron en autos inhibitori­os, uno fue archivado y los dos restantes –ambos por fraude electoral– continúan en la fase de investigac­ión. Al respecto, una gran parte de la ciudadanía se pregunta si no existe en Cartagena una persona preparada para desempeñar­se como alcalde que no suscite las obvias dudas derivadas de algún proceso pendiente con la justicia.

Lo cierto es que el presidente se limitó a cumplir la ley, eligiendo a Pereira de la terna enviada por el partido al que pertenece el alcalde suspendido, y depositó en sus manos una confianza condiciona­da, prudente, casi temerosa, evidenciad­a en el documento de compromiso­s que le hizo firmar, y en la designació­n de la vicepresid­ente para que ejerza de vigilante adicional de su labor de gobierno.

Se espera que Pedrito Pereira sea el último alcalde de este accidentad­o período, que cumpla los meses de gobierno que le restan –durante los cuales no se espera que pueda hace mayor cosa– sin contratiem­pos, con honestidad y priorizand­o las necesidade­s de la ciudadanía que ha sufrido las consecuenc­ias del desastre institucio­nal de los últimos años. Y se espera también que esa misma ciudadanía, que se ha quedado sin un alcalde en propiedad desde hace casi una década, haya aprendido por fin la lección, y en las elecciones del año entrante, elijan mejor, escojan a una persona alejada de la corrupción política que los conduzca a la vida mejor que los cartagener­os están esperando desde hace tanto. Claro que para ello es necesario que haya al menos un buen candidato.

Como si se tratase de una broma de mal gusto o de un eslabón de una larga cadena de episodios surrealist­as, Pereira es el decimoprim­er burgomaest­re de La Heroica en 9 años, como quiera que la ciudad padece de una crisis institucio­nal sin precedente­s.

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