El Heraldo (Colombia)

Abuso sexual

- Por Alonso Sánchez B. @sanchezbau­te

El demonio ha encontrado en la Iglesia un sostenimie­nto. Muchos dejarán la fe porque, con justa razón, dirán: Esto ya sucedió en 2012. Pero los escándalos siguen. Ahora ya no solo son sacerdotes sino cardenales y arzobispos”. Con estas palabras inició su homilía hace un par de se- manas el sacerdote Juan Carlos Gavancho en su parroquia de Santa Bárbara, California.

Refiriéndo­se a los más de 1.000 casos de pederastia conocidos, 300 de ellos en 2012 en Pensilvani­a, el cura también dijo: “Padre, ¿y por qué nos cuenta esto? Porque lo van a escuchar en las noticias y haría mal en decirles recen por la Iglesia. Eso sería engañarlos”. Fue su último sermón: de inmediato fue retirado. Pero en tiempos de redes todo actúa como un bumerán: bastaron un par de minutos para que se viralizara.

¿Qué está pasando en la Iglesia? En Colombia, las noticias al respecto o no se publican o están sesgadas. Se lee, por ejemplo, que hay un complot en contra de Francisco luego de que el arzobispo Carlo María Viganó, un hombre de las entrañas de la Santa Sede, publicara una carta en la que afirma que, desde el 2000, en el Vaticano se conocían las denuncias contra el cardenal McCarrick, pero las encubriero­n. Tan pronto se conoció la carta, Viganó se convirtió en villano y los medios hicieron eco de una supuesta biografía truculenta que la Iglesia de repente “descubrió”. Encubrir es su verbo favorito, a pesar de exigir a sus fieles confesión.

Está de más decir que no me interesa ni ser santo ni aparentarl­o. La Iglesia, en cambio, está obligada a ambas cosas: esta es la misma Iglesia que exige a los otros la verdad y que insiste en su discurso de odio apelando a una supuesta superiorid­ad moral. Sin embargo, cada vez se conocen más casos como estos. Que no son todos los curas, es cierto. Pero esos pocos avergüenza­n tanto a los feligreses que realmente aman a Dios que éstos prefieren callar o mirar hacia otro lado. “Es que las Farc también violaba niños”, leí hace poco. Como si equipararl­os los exculpara. A ambos. No hay tal: venga de donde venga, el abuso sexual es un horror. Desafortun­adamente, los medios han hecho de este delito no más que estadístic­as que no dicen nada, pues el infierno sigue por siempre dentro de quien ha sido abusado. Me viene a la cabeza, es un ejemplo, La piel misteriosa, la película sobre dos adolescent­es abusados a los ocho años por su entrenador. Uno de ellos ha hecho ahora del sexo su única forma de relacionam­iento, mientras el otro es completame­nte asexuado y vive en una fantasía con tal de no recordar el pasado.

Ayer, justamente, El País de España publicó un tremendo testimonio de una víctima de un cura en un seminario, acosado sexualment­e a los 10 años. “Todas las drogas eran pocas para calmar los daños que me habían causado”, se titula. Está en Google. Vale la pena leerlo, y creerle a la víctima, para entender el horror que padece para siempre el abusado. Hacerse el desentendi­do con estos casos de la Iglesia es tanto como engañarse creyendo que a su propio hijo no le puede suceder.

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