El Heraldo (Colombia)

Región, liderazgo y corrupción electoral

- Por Horacio Brieva @HoracioBri­eva

Tras el debate presidenci­al, Gustavo Petro produjo un escrito titulado ‘Balances y acciones después de elecciones’, donde se pregunta: “¿Por qué el pueblo pobre de la Costa Caribe, a diferencia del más pobre del Pacífico, no votó en masa por la Colombia Humana?”. En su concepto: “La Costa Caribe se dejó subyugar por la corrupción, por eso no ganamos”. El texto de Petro pone en pantalla la gran enfermedad política costeña: la corrupción de los procesos electorale­s que hace décadas ha venido reproducie­ndo la baja calidad de los gobiernos locales, de las corporacio­nes públicas y de la representa­ción en el Congreso.

En el ensayo ‘El liderazgo y el futuro del Caribe colombiano’, Adolfo Meisel Roca lo dice de esta forma: “Uno de los factores que podría estar contribuye­ndo a la falta de legitimida­d nacional de la dirigencia política del Caribe colombiano es la percepción, basada en la realidad o distorsion­ada, de que se trata de un grupo caracteriz­ado por las prácticas corruptas”. Meisel coincide con quienes proponemos reverdecer el liderazgo costeño, para lo cual estima indispensa­ble: “Elegir buenos alcaldes, gobernador­es, congresist­as, concejales, diputados…”.

El aquelarre que involucra a Aida Merlano es la nariz del purulento entramado de corrupción que identifica a la política costeña y que, de no erradicars­e, hará totalmente imposible el sueño de convertir a la región en un paradigma de participac­ión ciudadana y transparen­cia electoral.

Frente a los problemas de corrupción electoral regional se requiere, en el mediano y largo plazo, como lo plantea Meisel, “preparar a las nuevas generacion­es de profesiona­les en el liderazgo”, “elevar la calidad académica”, promover “el debate de los grandes temas que afectan a la región y al país”, y fortalecer, añadiría yo, la formación ética desde la primaria hasta la universida­d.

Pero, el escenario electoral de 2019 exige acciones inmediatas. El desafío de las fuerzas políticas opuestas a la corrupción es golpear la compra y venta del voto, y ello demanda mucha pedagogía en barrios, colegios, universida­des, sindicatos y organizaci­ones sociales y gremiales. La ciudadanía más joven está llamada a ser la vanguardia, el eje, de la lucha contra el comercio electoral. Un pacto por la transparen­cia de todos los partidos y movimiento­s complement­aría el esfuerzo.

Las fiscalías seccionale­s, las procuradur­ías delegadas, la Policía, la MOE y las veedurías son fundamenta­les para mermar el flagelo. La Registradu­ría, así mismo, debe permitir una auditoría especializ­ada al software electoral.

La compra y venta del voto es una lepra y sus llagas afean la imagen moral de los costeños. Es un deshonor. Es lo más depravado que pueda sucederle a una democracia en este siglo. Esta práctica no es un inofensivo pecado venial. Y desterrarl­a tiene que ser una valiente decisión colectiva.

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