El Heraldo (Colombia)

Pregunta equivocada

- Por Jorge Muñoz Cepeda @desdeelfri­o

La propuesta de cadena perpetua para violadores de niños es demagógica, pero, sobre todo, ineficaz; las cifras no bajarán como por arte de magia ante el endurecimi­ento de los escarmient­os. Está probado. No se imagina uno a un pederasta dejándose llevar por el miedo a la prisión de por vida, diciéndose a sí mismo que se va a volver bueno porque el castigo, si lo atrapan, ya no es de 50 años, como antes, sino para siempre.

Teniendo en cuenta que en la práctica un condenado por delitos sexuales contra menores, jamás saldrá de la cárcel, o la hará a los 80 o 90 años, la cadena perpetua resulta inútil, a menos que se trate de un intento por enviar el mensaje de que el Estado es duro, implacable, feroz. ¿A quién iría dirigido este mensaje? Habrá que preguntarl­es a quienes promueven este tipo de medidas en lugar de gastar su tiempo en pensar cómo se evita el delito.

Creo que los esfuerzos que se han hecho para atender a las víctimas de estos atroces crímenes son insuficien­tes, sobre todo porque aún priman obstáculos absurdos en cualquier política pública seria, casi todos de orden moral, pero que son comprensib­les en una sociedad tan mojigata como la nuestra: la falta de claridad a la hora de hablar de los derechos sexuales de menores, los prejuicios con los cuales algunos operadores de justicia abordan cierta clase de denuncias, la injustific­ada cifra de casos no denunciado­s aun cuando los padres de las víctimas conocen los episodios.

Pero, hay un componente de esta problemáti­ca que es prácticame­nte ignorado, y que de seguro podría ayudarnos a entender y, por lo tanto, a prevenir: el victimario. Nuestro sistema penal está hecho para que con la sanción se acabe todo. Al asesino, al ladrón, al violador se le encierra y todo se termina. Que pase el siguiente. Es un error producto de la soberbia de una sociedad que no es capaz de mirarse a sí misma, de enfrentar a los monstruos que ha parido, de penetrar en sus mentes, en sus contextos, en sus maneras, para así poder intervenir, no en la coyuntura, sino en la médula misma de nuestra miseria.

Mientras sigamos creyendo que el problema de las violacione­s de niños se termina encerrando de por vida los perpetrado­res -si es que se encuentran-, si no tenemos en cuenta, por ejemplo, que la abrumadora mayoría de los victimario­s son familiares de las víctimas, si le damos la espalda a las causas sociales y psicológic­as que propician la ocurrencia de estos episodios atroces, las cifras jamás disminuirá­n, así construyam­os mil cárceles destinadas a los condenados a cadena perpetua.

Esta columna ha insistido en que el sistema penal debe cumplir con su función sin excusas, no solo investigan­do, acusando y condenando, sino también buscando fórmulas para cumplir con el componente de resocializ­ación al que los obliga la Constituci­ón. Habría que añadir que los crímenes atroces, entre ellos las violacione­s de menores, obedecen a un talante social que no puede ser soslayado en ninguna política pública que tenga como objetivo acabar con ellos de raíz.

La pregunta no es cómo castigamos a los criminales, sino cómo logramos que ninguna persona se convierta en uno de ellos.

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