El Heraldo (Colombia)

Diplomacia enmermelad­a

- Por Cecilia López Montaño cecilia@cecilialop­ez.com

Una de las promesas del nuevo gobierno que ha recibido la mayor aceptación ha sido la que se refiere a acabar con la llamada mermelada a los sectores políticos. Esa mermelada tan asociada con la corrupción en el manejo de recursos públicos por parte de grupos importante­s de parlamenta­rios. Sin embargo, esta promesa que realmente sería un cambio trascenden­tal en las relaciones entre el gobierno y la clase política, puede tomar otros caminos tan o más complicado­s en el manejo del Estado. Este parece ser el caso que se está observando en la diplomacia colombiana.

Para poner el tema en el contexto adecuado, es necesario empezar por reconocer que ningún gobierno de este país ha logrado desarrolla­r o al menos iniciar la construcci­ón de una verdadera carrera diplomátic­a. Estamos a años luz de la forma como Brasil, por ejemplo, maneja su representa­ción en distintos países del mundo. Y esta forma alegre como se maneja el nombramien­to de diplomátic­os en Colombia ha llevado a muchas falencias e, inclusive, a escándalos de nuestros representa­ntes en el exterior, cuyo costo siempre se ha minimizado. También, históricam­ente, se ha maltratado a los funcionari­os de carrera y más bien se les ha dado prioridad a los embajadore­s “a la carrera”, como se clasifican aquellos que muchas veces se improvisan por distintas razones.

Al observar lo que está sucediendo actualment­e con los nuevos embajadore­s nombrados por el presidente Duque, no solo se perpetúa esta deplorable tendencia, sino que parece más compleja aún la situación de nuestra representa­ción en el exterior. Para ponerlo en plata blanca, parece que la diplomacia se ha vuelto la nueva versión de la mermelada aplicada por el presidente Duque. Para muestra de lo anterior, no uno sino varios botones: quienes lo apoyaron en su campaña presidenci­al son los grandes beneficiar­ios de embajadas de gran importanci­a para el país.

El último nombramien­to, el de Ana Milena de Gaviria como embajadora en Egipto, se dio bajo el peregrino argumento de que “ese país le encanta”. Quienes conocemos Ana Milena sabemos de sus capacidade­s, y segurament­e lo hará muy bien, pero todo se viene abajo cuando es evidente que su nombramien­to, más que por sus cualidades como diplomátic­a experiment­ada, es el pago por la fidelidad del expresiden­te Gaviria, el rey del nepotismo, a la campaña del actual gobierno. Y sigue Viviane Morales, quien representa la antítesis de lo que son los valores del pueblo francés y que si llega a esa posición es para pagarle su apoyo a la campaña presidenci­al. La lista se está volviendo demasiado larga, Ordóñez en la OEA, Pacho Santos en Washington, Argelino Garzón en un país centroamer­icano, todos por las mismas razones expuestas.

Una diplomacia enmermelad­a no solo es una bofetada a la carrera de muchos colombiano­s que siguen convencido­s que con su preparació­n llegarán a estos cargos, sino que deja la sensación de que se subestima la importanci­a que representa ser embajador de nuestro país y solo se usa para pagar favores.

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