Del humor
Doña Nelba, con mucho gusto: Ya se escuchan jingles navideños y se desempolvan ‘Las 4 fiestas’ mientras en la casa y en el vecindario la situación sigue complicada. Como no pudieron con el “IVA a todo lo que se coma” seguramente se inventarán algo distinto y peor, escondido en medio de algún escándalo mediático que nos distraiga: las chuzadas en la Fiscalía, el puesto en el que terminarán atornillando a la señora Ortiz, la educación desfinanciada, el partido de gobierno haciendo oposición, Brasil escogiendo un fascista, Trump diciendo que si ganan los demócratas los Estados Unidos se volverán como Venezuela; y mientras en el plano local la indignación pasa por viajar trasnochado a Miami, porque la inseguridad, las vías rotas y la amnesia son apenas una ilusión de los detractores que no se cuentan en las encuestas. Una vez más, así no va…
Ante ese panorama, no sobra intentar ver las cosas con el velo que el humor y la sátira brindan para suavizar el mal sabor que nos deja esa dosis diaria de realidad. Por si fuera necesario, aclaro enseguida que el suavizar no implica menospreciar, banalizar o mucho menos olvidar. De hecho, con la sátira como forma se puede endurecer aún más la efectividad del mensaje al hacerlo más accesible. El humor transgresor baja del pedestal inmaculado al poderoso y lo hace terrenal e imperfecto, alcanzable y criticable; y pocas cosas hay más “sabrosas” que castigar al poder con la liberadora y catártica sonrisa que un buen apunte logra.
Ahí radica la gracia y la pertinencia: En el buen apunte. El humor bien logrado no se queda en el estereotipo ni en la magnificación gratuita, ambos recursos predecibles y etéreos. El buen apunte desnuda la pobreza de argumentos e ideas antes que expo- ner las carnes de quien las dice. Nos saca una sonrisa y nos cambia el gesto a la vez que siembra una inquietud. Ese buen apunte, toca decirlo, a veces se extraña.
Entender, tolerar y disfrutar el humor pasa igualmente por la capacidad individual de dejar guardada la solemnidad. El reírse de uno mismo con uno mismo es una particular virtud que pareciera dar pena en estos tiempos de lo “políticamente correcto”, disfraz bien intencionado pero mal enfocado que por momentos intenta pretender que sintamos eternas culpas. De hecho, si el ejercicio de la política es, a juicio de muchos, tan puerco, ¿por qué tenemos que ser políticamente correctos?
Obvio es que todo tiene su límite, y la tolerancia del mensaje con humor se debe manejar con pinzas y microscopio cuando de temas ligados con creencias y convicciones profundas se trata. Siglos de adoctrinamiento mental y muchos episodios de violencia invitan a la prudencia al momento de criticar las formas en que esas creencias se expresan, sean cuales sean.
Bien ganado tienen entonces su lugar el humor y la sátira, máxime en un entorno ‘mamagallista’ como el nuestro, desparpajado y poco dado al protocolo aburrido. Como el humor es cosa seria, toca ponerle humor a lo serio.