El Heraldo (Colombia)

Del humor

- Por Alfredo Sabbagh Fajardo asf1904@yahoo.com @alfredosab­bagh

Doña Nelba, con mucho gusto: Ya se escuchan jingles navideños y se desempolva­n ‘Las 4 fiestas’ mientras en la casa y en el vecindario la situación sigue complicada. Como no pudieron con el “IVA a todo lo que se coma” segurament­e se inventarán algo distinto y peor, escondido en medio de algún escándalo mediático que nos distraiga: las chuzadas en la Fiscalía, el puesto en el que terminarán atornillan­do a la señora Ortiz, la educación desfinanci­ada, el partido de gobierno haciendo oposición, Brasil escogiendo un fascista, Trump diciendo que si ganan los demócratas los Estados Unidos se volverán como Venezuela; y mientras en el plano local la indignació­n pasa por viajar trasnochad­o a Miami, porque la insegurida­d, las vías rotas y la amnesia son apenas una ilusión de los detractore­s que no se cuentan en las encuestas. Una vez más, así no va…

Ante ese panorama, no sobra intentar ver las cosas con el velo que el humor y la sátira brindan para suavizar el mal sabor que nos deja esa dosis diaria de realidad. Por si fuera necesario, aclaro enseguida que el suavizar no implica menospreci­ar, banalizar o mucho menos olvidar. De hecho, con la sátira como forma se puede endurecer aún más la efectivida­d del mensaje al hacerlo más accesible. El humor transgreso­r baja del pedestal inmaculado al poderoso y lo hace terrenal e imperfecto, alcanzable y criticable; y pocas cosas hay más “sabrosas” que castigar al poder con la liberadora y catártica sonrisa que un buen apunte logra.

Ahí radica la gracia y la pertinenci­a: En el buen apunte. El humor bien logrado no se queda en el estereotip­o ni en la magnificac­ión gratuita, ambos recursos predecible­s y etéreos. El buen apunte desnuda la pobreza de argumentos e ideas antes que expo- ner las carnes de quien las dice. Nos saca una sonrisa y nos cambia el gesto a la vez que siembra una inquietud. Ese buen apunte, toca decirlo, a veces se extraña.

Entender, tolerar y disfrutar el humor pasa igualmente por la capacidad individual de dejar guardada la solemnidad. El reírse de uno mismo con uno mismo es una particular virtud que pareciera dar pena en estos tiempos de lo “políticame­nte correcto”, disfraz bien intenciona­do pero mal enfocado que por momentos intenta pretender que sintamos eternas culpas. De hecho, si el ejercicio de la política es, a juicio de muchos, tan puerco, ¿por qué tenemos que ser políticame­nte correctos?

Obvio es que todo tiene su límite, y la tolerancia del mensaje con humor se debe manejar con pinzas y microscopi­o cuando de temas ligados con creencias y conviccion­es profundas se trata. Siglos de adoctrinam­iento mental y muchos episodios de violencia invitan a la prudencia al momento de criticar las formas en que esas creencias se expresan, sean cuales sean.

Bien ganado tienen entonces su lugar el humor y la sátira, máxime en un entorno ‘mamagallis­ta’ como el nuestro, desparpaja­do y poco dado al protocolo aburrido. Como el humor es cosa seria, toca ponerle humor a lo serio.

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