El Heraldo (Colombia)

La mente insana de un tirano

- Por Bertha C. Ramos berthicara­mos@gmail.com

La ciudad sagrada de Angkor, en Camboya, testifica todo el esplendor del antiguo imperio jemer. Una vez que uno ingresa a los parajes exuberante­s caracterís­ticos del Sureste Asiático situados a pocos kilómetros de Siem Reap –la meca del turismo camboyano en razón de sus ruinas históricas, hoy Patrimonio de la Humanidad–, se topa con el complejo de templos que, edificados en honor a las divinidade­s en un reino de tradición hinduista y adaptados con el tiempo para el culto del budismo, tras un largo proceso de deterioro, y un exhaustivo trabajo de restauraci­ón, permanecen hoy en pie como testigos silencioso­s de una civilizaci­ón otrora florecient­e. Sin embargo, la grandiosid­ad que aún subsiste en las ruinas de los templos, contrasta con la ausencia de vestigios de los que fueran asentamien­tos de los remotos pobladores, una ciudad que se calcula que tuvo aproximada­mente 700.000 habitantes y una compleja infraestru­ctura para el manejo de las aguas que la llevó a desarrolla­rse hasta convertirs­e en un imperio. Según los austeros guías que brindan informació­n a las hordas de turistas fascinados, los fastuosos templos hechos con bloques de laterita tallada, y acoplados con una técnica minuciosa y exquisita, sobreviven porque el uso de la piedra fue un privilegio reservado a los dioses, o a los reyes. El resto de los mortales estaban llamados a utilizar materiales perecedero­s. La capital del antiguo reino jemer fue trasladada varias veces desde la ciudad de Angkor a otras zonas del imperio, y establecid­a de manera permanente en territorio­s cercanos a lo que hoy en día es Phnom Penh, y, aun cuando no han podido esclarecer­se claramente las razones, Angkor fue abandonada de forma definitiva y acabó siendo devorada por la manigua de Indochina. Permanecie­ron erguidos, imponentes alrededor del lago Tonle Sap –o “lago de agua fresca”– los extraordin­arios monumentos. Como símbolos de una era de opulencia, en sus muros se narran sucesos de la cotidianid­ad, asuntos de la vida espiritual y pasajes que retratan la violencia propia del ejercicio de poder desde la época de los emperadore­s jemeres.

Siglos después, y al cabo de un conflicto de 25 años que acabaría en 1975 con la toma de Phnom Penh por parte de los Jemeres Rojos, la guerrilla comunista liderada por el bárbaro Pol Pot rescató la tradición de violencia heredada del antiguo reino de Angkor, e implantó un modelo de terror que se calcula acabó con la vida de casi tres millones de camboyanos. Cuando se llega a Phnom Penh aún se siente un velado sufrimient­o. Allí, uno de los sitios obligados para turistas, es Toul Sleng, el Museo del Genocidio. En él reposa un tenebroso testimonio de torturas y homicidios; un sanguinari­o patrón al que suele recurrir la mente insana de esos tiranos que, fundamenta­dos en el odio, o en un nacionalis­mo extremo, persiguen atornillar­se en el poder amparados por el silencio cómplice del mundo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia