Usiacurí, un pesebre que dura armado los 12 meses del año
Caminar por las inclinadas calles de este pacífico municipio es adentrarse en la riqueza de sus artesanías, las poesías de Julio Flórez y la amabilidad de sus habitantes.
El olor a palma de iraca inunda los pulmones de quienes visitan Usiacurí, un pueblo que se rodea de calma en un mundo que va de prisa.
El sello de sus artesanías mantiene a este municipio del departamento del Atlántico en un sosiego que se respira con solo pisar el asfalto de sus calles empinadas, limpias y engalanadas por el brote de cayenas y trinitarias.
Las terrazas de las casas de Usiacurí se adornan de paja de iraca, tintas de colores, tazas de café y del silencio de las mujeres que con sigilo y celeridad construyen con sus manos las piezas artesanales que han hecho famoso este rincón del departamento. Allí, los niños aprenden el arte de tejer, una tradición que ha pasado de generación en generación y que replican con orgullo.
Edilberto Sarmiento lleva más de 30 años elaborando artesanías. “Uno va desde pequeño aprendiendo a tejer, generalmente la tradición se aprende de los abuelos. Luego de mi abuela, mi mamá siguió con ese legado, recuerdo que mi papá en ocasiones le ayudaba. Hoy en día, no solo las mujeres se dedican a tejer, los hombres también hacemos parte de esta tradición”.
Para Juan Padilla Jimé- nez hoy la artesanía del municipio se ha vuelto internacional. “Aquí llegan personas de otros lugares del mundo en busca de nuestros productos”. Cuarenta y dos kilómetros separan a Usiacurí de Barranquilla. Una ruta que toma la Troncal del Caribe, entrando por el municipio de Baranoa, hasta llegar al pintoresco pueblo que se conoce como “el pesebre del Atlántico”.
Una araña construida en acero inoxidable y de ocho metros de altura adorna la entrada del municipio. La
Musa Tejedora es el nombre del monumento que se erige como un homenaje al ingenio de sus tejedoras y en honor al poema La araña, de Julio Flórez, el poeta colombiano que decidió vivir allí sus últimos días en compañía de Petrona, su gran amor y la musa de su obra.
“En Usiacurí se pueden encontrar atractivos para todos los gustos. Se encuentran desde miradores, reservas naturales, museos y puntos artesanales”, dice Yamile González, asesora del Punto de Información Turística del municipio.
En el corazón de Usiacurí se encuentra la iglesia Santo Domingo de Guzmán, una edificación que se alza imponente en la cima de una pequeña montaña y luce de colores blanco y azul, como símbolo del misticismo de un pueblo tradicional y devoto que siglos atrás era un asentamiento indígena.
A pocas calles de la iglesia se asoma tímidamente la Casa Museo Julio Flórez, un lugar romántico y silencioso, que entre cuartos y jardines guarda desde el siglo XIX los recuerdos del poeta boyacense.
Cuenta González que durante 13 años Julio Flórez vivió en esa hacienda en compañía de su familia. “Él llegó a Usiacurí en busca de las aguas medicinales que en un inicio hizo famoso al municipio y que hoy se vieron desplazadas por la majestuosidad de las artesanías que aquí se tejen”.
Hoy la casa del poeta es considerada un tesoro arquitectónico y hace parte de la lista de Patrimonios Culturales del Atlántico y Monumentos Nacionales.
En sus alrededores, se encuentra el sendero histórico de pozos de aguas minerales, los mismos que hace más de un siglo atrajeron no solo al poeta, sino a cientos de turistas nacionales e internacionales que llegaban al “Pesebre del Atlántico” en busca de una solución natural a sus dolencias.
Usiacurí, municipio en el que habitan 8.500 personas, según el Dane, sin duda es un rincón del departamento que atrae a los viajeros por su romanticismo, poesía y artesanías.