El Heraldo (Colombia)

A mover al elefante

- Por Miguel Vergara

La democracia está en declive, y una de las razones es la ineficienc­ia del Estado para incluir y satisfacer las necesidade­s de quien supuestame­nte representa. Es común escuchar en las calles que el Estado es como un elefante blanco con artritis. Nos reímos y con folclor ese comentario, y aceptamos la situación porque pensamos que así debe ser en todos lados. ¿Pero no será que de pronto aquí es peor?

Más allá del tema de la corrupción, que parece ser un elemento común de las democracia­s modernas, me refiero a la ineficienc­ia del Estado en Colombia y de cómo este se convierte en parte del problema. Hoy en el país, todos los niveles del Estado son responsabl­es de todo, y como me decía mi papá: “Cuando todos son responsabl­es, nadie es responsabl­e”. La ley de regiones que se encuentra debatiéndo­se en el Congreso es la oportunida­d para debatir la eficiencia del Estado y definir responsabi­lidades claras.

No es criticar por criticar, es aceptar las debilidade­s y las fortalezas del sistema para iniciar una conversaci­ón que nos lleve a coordinarn­os mejor. Desde el centro del poder existe una desconexió­n total con el ciudadano, porque el centro está lejos de las calles, lo que le resta la capacidad de escuchar. Desde el centro se generaliza­n los problemas y sus causas, lo que dificulta aterrizar esas soluciones a la problemáti­ca local. Desde el centro existe una distancia emocional que hace más difícil tener empatía con zonas desconocid­as o buscar soluciones cuando los números no cuadran.

La ley de regiones busca modificar la forma en que se hacen estas cosas y demanda que el Estado escuche los problemas, entienda las soluciones y sienta empatía con quienes representa. Pero no es como dicen algunos, el primer paso hacia una independen­cia o, peor aún, un derroche innecesari­o de recursos. Una política de descentral­ización bien diseñada puede coordinar la capacidad técnica del nivel central con los conocimien­tos locales del nivel regional, e inclusive dividir las funciones de manera más efectiva y eficiente para que el Estado deje de ser ese elefante y pueda convertirs­e en un animal que recupere la confianza de sus ciudadanos.

Lo que está muy claro es que no podemos esperar que las cosas mejoren o cambien si seguimos haciendo lo mismo que hace 200 años. Debemos dejar a un lado las prevencion­es y los paradigmas para poder avanzar hacia un Estado eficiente que genere desarrollo, y la descentral­ización administra­tiva es un requisito indispensa­ble para lograr este objetivo.

La autonomía y el empoderami­ento regional no son el capricho excepciona­l de unas élites por buscar la independen­cia o más recursos, es el grito desesperad­o de una sociedad que no se ve representa­da y que no encuentra un Estado que la escuche. Es la búsqueda constante del ser humano de hacerse responsabl­e de su futuro. ¡Movamos el elefante!

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