A mover al elefante
La democracia está en declive, y una de las razones es la ineficiencia del Estado para incluir y satisfacer las necesidades de quien supuestamente representa. Es común escuchar en las calles que el Estado es como un elefante blanco con artritis. Nos reímos y con folclor ese comentario, y aceptamos la situación porque pensamos que así debe ser en todos lados. ¿Pero no será que de pronto aquí es peor?
Más allá del tema de la corrupción, que parece ser un elemento común de las democracias modernas, me refiero a la ineficiencia del Estado en Colombia y de cómo este se convierte en parte del problema. Hoy en el país, todos los niveles del Estado son responsables de todo, y como me decía mi papá: “Cuando todos son responsables, nadie es responsable”. La ley de regiones que se encuentra debatiéndose en el Congreso es la oportunidad para debatir la eficiencia del Estado y definir responsabilidades claras.
No es criticar por criticar, es aceptar las debilidades y las fortalezas del sistema para iniciar una conversación que nos lleve a coordinarnos mejor. Desde el centro del poder existe una desconexión total con el ciudadano, porque el centro está lejos de las calles, lo que le resta la capacidad de escuchar. Desde el centro se generalizan los problemas y sus causas, lo que dificulta aterrizar esas soluciones a la problemática local. Desde el centro existe una distancia emocional que hace más difícil tener empatía con zonas desconocidas o buscar soluciones cuando los números no cuadran.
La ley de regiones busca modificar la forma en que se hacen estas cosas y demanda que el Estado escuche los problemas, entienda las soluciones y sienta empatía con quienes representa. Pero no es como dicen algunos, el primer paso hacia una independencia o, peor aún, un derroche innecesario de recursos. Una política de descentralización bien diseñada puede coordinar la capacidad técnica del nivel central con los conocimientos locales del nivel regional, e inclusive dividir las funciones de manera más efectiva y eficiente para que el Estado deje de ser ese elefante y pueda convertirse en un animal que recupere la confianza de sus ciudadanos.
Lo que está muy claro es que no podemos esperar que las cosas mejoren o cambien si seguimos haciendo lo mismo que hace 200 años. Debemos dejar a un lado las prevenciones y los paradigmas para poder avanzar hacia un Estado eficiente que genere desarrollo, y la descentralización administrativa es un requisito indispensable para lograr este objetivo.
La autonomía y el empoderamiento regional no son el capricho excepcional de unas élites por buscar la independencia o más recursos, es el grito desesperado de una sociedad que no se ve representada y que no encuentra un Estado que la escuche. Es la búsqueda constante del ser humano de hacerse responsable de su futuro. ¡Movamos el elefante!