Acomodarse
Todo termina acomodándose. Cuando Bolsonaro ganó las elecciones en Brasil, pocos medios dijeron que llegaba a la Presidencia alguien que había basado su campaña política en un discurso con superlativas expresiones racistas, misóginas, xenófobas, homofóbicas y clasistas. Es decir fascista. Ningún medio tituló: “Con el 55% de los votos un fascista es el nuevo presidente de Brasil”. Lo que hicieron fue enfatizar en una disputa entre supuestos extremos. Era simplemente una pelea entre la derecha y la izquierda. Asumieron el voto por Bolsonaro como un castigo a la izquierda corrupta, sin detenerse a analizar lo que se significa para el mundo que la nación más grande y más poderosa de América Latina tuviera un gobierno con esas características. En la actual coyuntura periodística, algunos medios no informan ni orientan sino que construyen e ilustran peleas como estrategia de venta. El problema es que en ese maniqueísmo informativo, que somete todo a la simpleza de una disputa de contrarios, no se llega nunca al fondo de la situación. Pero quizás eso no es lo peor. Lo más preocupante es que terminan construyendo una pedagogía en la que se tolera y se asume la anomalía, porque supuestamente controla un mal mayor. La historia está llena de eso.
La prolífica obra del filósofo, ensayista, novelista y poeta George Santayana sigue sin conocerse porque el mundo se quedó con una frase cliché: “Aquellos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo”. Falso. Es la frase que recibe al visitante en el bloque número 4 del campo de concentración de Auschwitz I, pero es más un deseo que una realidad. La historia tiene una infinita incidencia en el presente, pero su conocimiento no evita que la humanidad siga repitiendo errores y que se vuelva cómplice de un mal a partir de la construcción de otro mal mayor que supuestamente necesita solucionarse. Recordemos: Hitler era la alternativa de una Alemania humillada por un tratado inequitativo después de la Gran Guerra. Ya sabemos lo que vino después. Históricamente el paramilitarismo en Colombia se ha justificado como la solución al mal guerrillero que agobiaba a los ciudadanos de bien. También sabemos lo que vino después.
Todo termina acomodándose. Por estos días a los medios les parece lo más natural que miembros del Esmad y civiles irrumpan a media noche en las universidades a maltratar a los estudiantes en las tomas pacíficas. Mientras se discute el destino de la educación pública de una nación, muchos medios y mucha gente se quedan en la forma y la curiosidad: en la paralización del tráfico, en los grafitis a los buses, en la madre que va a buscar a su hijo a la universidad correa en mano para sacarlo de una toma, en las estudiantes que no parecen estudiantes (¿A qué se debe parecer un estudiante?, ¿a un borrego?)… Quitar el foco del fondo para ponerlo en lo superficial es una estrategia que termina justificando y patrocinando el mal. Esto no se trata solamente de un grupo de estudiantes revoltosos a los que les gusta asolearse, aguantar aguaceros, pintar paredes, caminar como locos nuevos y recibir golpes y gases lacrimógenos: se trata de la defensa de la universidad pública. Gracias a ella puedo escribir estas líneas.