El Heraldo (Colombia)

Romper el círculo vicioso

La condena al gobernador de La Guajira no debe asumirse como una anécdota. El Estado debe intervenir ante la crisis del departamen­to, pero no en el sentido que pretenden quienes lo ven como territorio fallido.

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Qué ha hecho La Guajira para merecer esto. Para estar permanente­mente en el foco noticioso por la venalidad de sus dirigentes. Para estar sumida en el atraso como si pesara sobre el territorio una maldición bíblica imposible de conjurar.

Ayer, la Corte Suprema condenó a 10 años de cárcel y ordenó la captura del gobernador del departamen­to, Wilmer González, por haber ganado las elecciones de 2016 de manera fraudulent­a.

González es el último de una lista ya demasiado larga de mandatario­s guajiros que han contribuid­o a hundir a su tierra en el infortunio. En esta historia regional de la infamia figuran, entre otros, ‘Kiko’ Gómez, condenado a 55 años de prisión por homicidio; Oneida Pinto, procesada por corrupción en el programa para reducir la mortalidad infantil en el municipio de Albania, y José María Ballestero­s, acusado de peculado en la contrataci­ón pública. Wilmer González ganó las elecciones atípicas en 2016, convocadas tras la detención de Pinto y después de un interregno de cinco meses en que Jorge Enrique Vélez, hoy presidente de Dimayor, ejerció como gobernador encargado por decisión del presidente Santos. En febrero de 2017, González fue enviado a prisión, y Santos encargó de la gobernació­n al conocido intelectua­l Weildler Guerra, a quien sucedió, también como encargada, Tania Buitrago. En septiembre pasado, González recuperó el cargo después de que el Tribunal Superior de Bogotá le concediera la libertad condiciona­l. El culebrón finalizó ayer –al menos eso parece– con la condena de la Corte. La pregunta es: ¿Y ahora qué? ¿Otro gobernador encargado, nuevas elecciones atípicas y un mandatario más que terminará enredado en el cenagal de la corrupción? ¿Es posible que La Guajira escape a este ciclo infernal?

Hay quienes consideran que estamos ante un caso de departamen­to fallido, en el cual solo cabe la intervenci­ón del Estado. Nosotros seguimos convencido­s de que en La Guajira hay hombres y mujeres preparados y honestos, capaces de gobernar con tino, pero que carecen de capacidad para doblegar en las elecciones a las maquinaria­s corruptas o, directamen­te, se abstienen de desafiarla­s por pasividad o temor.

Más que intervenir administra­tivamente el departamen­to, el Estado debe acabarles el negocio a los corruptos, asumiendo un control mucho mayor en la asignación de los recursos y en la ejecución de contratos. Y mediante una acción mucho más eficaz de la justicia.

A su vez, los partidos políticos, si de verdad quieren ayudar a los guajiros, deben excluir de sus listas a los depredador­es que tantos votos les suelen proporcion­ar en los comicios. Esas intervenci­ones sí son bienvenida­s. Lo demás es palabrería.

Los partidos, si de verdad quieren ayudar a los guajiros, deben excluir de sus listas y de sus alianzas a los depredador­es que tantos votos les suelen proporcion­ar en los comicios.

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