El noviembre que nunca olvidaremos
Colombia vivió en 1985 dos miércoles trágicos. Y 33 años después seguimos atados a un dolor difícil de olvidar.
Se ha reconocido que el inspirador de la toma del Palacio de Justicia, ocurrida el miércoles 6 de noviembre, fue Alfonso Jacquin, el entrañable amigo samario que conocí cuando estudiaba Derecho en la Universidad del Atlántico. Tico Pineda, otro de mis amigos generacionales, dice que Alfonso convenció a Álvaro Fayad, el entonces comandante general del M-19, de que frente a los fallidos acuerdos de paz con el presidente Belisario Betancur era necesario presentar una ‘demanda armada’. Argumento que Alfonso recogió de Rafael Uribe Uribe, quien había participado en tres guerras civiles en el siglo XIX y de quien Alberto Lleras dijo que fue “el más intelectual de los caudillos y el más caudillo de los intelectuales”. La Guerra de los Mil Días, justificada por Uribe Uribe en el irrespeto a los liberales, “perseguidos y acosados como bestias feroces” por la hegemonía conservadora, no fue otra cosa que “demandar en actitud digna” el derecho del liberalismo a existir como partido.
Los amigos de Alfonso nunca imaginamos que años después, ya convertido en dirigente del M-19, sacara de su repertorio de lecturas el fundamento que alimentó el plan político-militar del M-19. Con esa ‘demanda armada’, el M-19 se jugó la carta más peligrosa de su historia y en ese póker frenético se fue un líder excepcional.
A Alfonso tendremos que recordarlo siempre como un torbellino que difícilmente habría desistido de hacer lo que hizo a sus 31 años. Se fue muy temprano. Y nos privó de la inagotable electricidad que lo mantenía insomnemente estudioso, políticamente visionario, verbalmente lúcido, fogosamente parrandero e incorregiblemente mujeriego.
Su final tuvo lugar, extrañamente, en un dantesco teatro de guerra, porque sus ínfulas nunca fueron de militar ni de conspirador, sino de agitador y orador. E incluso de cantante, y el cine y la literatura fueron parte de sus gustos viscerales.
Lo del miércoles 13 de 1985, en Armero, fue el colofón de ese noviembre devastador. Aún recuerdo la voz mañanera de Juan Gossaín anunciando que el Nevado del Ruiz había sepultado a todo un pueblo.
Colombia ha tenido momentos funestos en su historia, pero el noviembre de 1985 compite entre los instantes más depresivos que ha padecido el país.
Hace poco vimos en imágenes que Alfonso salió vivo del Palacio de Justicia. Fue fácil reconocerlo por el afro y su silueta personal, y entre los múltiples recuerdos se me vino a la mente el día que me dijo que quería vivir en la casa donde yo, recién casado, me había mudado dizque para tener un interlocutor con quien compartir sus insomnios creativos. En un viejo camioncito alcanzó a trastear sus cosas. Al final, cambió de opinión, pero olvidó llevarse una camita de hierro y un par de camisas.