El Heraldo (Colombia)

¿Qué haríamos con 234.000 euros, “ma chère fille”?

Todo acabó mal, menos la subasta de Osenat.

- JOAQUÍN MATTOS O.

Más de 150 años después de haber llegado a su fin, la larga y tempestuos­a relación amorosa que mantuviero­n Charles Baudelaire y Jeanne Duval –a quien él llamaba la Venus Negra– volvió a ser noticia, por lo menos de manera indirecta, en casi todos los medios del mundo a raíz de una subasta realizada el pasado 4 de noviembre por la casa francesa Osenat, en Fontainebl­eau, en las cercanías de París. Jeanne Duval, además de ser la más fecunda de las tres musas que inspiraron parte de la obra poética de Baudelaire, fue la más amada de sus amantes y la de más enigmática existencia.

Tema y personaje de diversas biografías (dedicadas al poeta o directamen­te a ella misma), de ensayos críticos sobre Las flores del mal, de relatos de ficción, de obras de arte, Jeanne Duval –llamada también Jeanne Lemer o Jeanne Prosper o Jeanne Lemaire– ha devenido una figura legendaria, una imagen arquetípic­a a la que se le han dado significad­os diversos, desde femme fatale hasta heroína feminista.

Aunque se sabe con certeza que era extranjera, que provenía de una antigua o entonces todavía vigente colonia de Francia situada en África o en el mar Caribe, que era mulata, que fue una modesta actriz en teatros de poca monta de París, las respuestas a preguntas como las siguientes siguen ocultas en la bruma: ¿dónde nació exactament­e, y cuándo?; ¿cuál era su origen familiar y, por tanto, su verdadero nombre?; ¿en qué año llegó a la capital francesa?; ¿cuándo murió?

Hará dos semanas las noticias dieron cuenta de que, entre otros manuscrito­s de Baudelaire, la ‘maison’ Osenat iba a rematar una carta de 1845 en la que el futuro padre de la lírica moderna le anunciaba a Narcisse Ancelle, su asesor legal y notario de la familia, su deseo de suicidarse y su voluntad de que, salvo la parte reservada para su madre y el pago de sus numerosas deudas, toda su herencia fuera dejada a “mademoisel­le Lemer”. El romance con ella databa apenas de tres años atrás y no era bien visto por sus familiares, pero unas líneas más adelante le explicaba a Ancelle la razón de su disposició­n testamenta­ria: “Es la única mujer que he amado”.

Dado que el anunciado suicidio de Baudelaire no pasó de ser un gesto autolítico, los siguientes 20 años confirmarí­an esta confesión. En efecto, “hecha de rupturas y reconcilia­ciones, de voluptuosi­dad y ferocidad, de remordimie­ntos, de entrega, de egoísmo y caridad”, como han escrito los estudiosos Claude Pichois y Jean-Paul Avice (2002), la relación del poeta con Jeanne sería la más larga y apasionada, la más entrañable de su disoluta vida, e incluso la más influyente en su estética, como lo demuestran –y sólo como las pruebas más tangibles– la veintena de bellos poemas que le escribió y los cuatro retratos que de ella dibujó.

Pero todo acabó mal. Jeanne, que fue bella, altiva y sensual, sufrió un ataque de hemiplejía el 5 de abril de 1859 (tenía 32 o 35 o 38 años, aún no se sabe) que dejó inerte el lado derecho de su cuerpo y puso para siempre dos muletas bajo sus brazos; Baudelaire la cuidó desde entonces como un padre: la llamaba “ma chère fille”, se hizo cargo de sus cuidados médicos, se afanaba por que nunca le faltara dinero –que a él le escaseaba–, procuraba divertirla y hasta en una carta que le envió desde Honfleur, en invierno, le advertía: “Con estos caminos resbaladiz­os, no salgas sin estar acompañada”. Le prodigó esa amorosa protección casi hasta que él mismo, atacado por la sífilis, terminó requiriend­o de cuidados aún mayores hasta quedar inmóvil en un lecho.

Todo, pues, repito, acabó mal, menos la subasta de Osenat, cuyos resultados superaron las expectativ­as: la carta suicida, por la que se esperaban 80.000 €, fue vendida por 234.000. ¡Lo feliz que hubiera hecho al gran poeta ese potosí sólo para mimar a su “musa enferma” y disfrutar junto a ella de “un objeto hermoso, un paisaje hermoso”, cualquier cosa que fuese agradable!

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