Nacionalismo y miopía en París
En la conmemoración de los 100 años del fin de la I Guerra Mundial se evidenció un clima de tensión entre quienes persisten en la defensa del orden liberal y quienes parecen alinearse en la postura de los nuevos nacionalismos.
Se acaban de conmemoraren París los 100 años del fin de la Primera Guerra Mundial, con la asistencia de los jefes de estado de los países vencedores y también de los vencidos.
En los actos protocolarios programados se evidenció un clima de tensión entre quienes persisten una posición de defensa del orden liberal –el presidente Macron y la canciller Merkel– y los líderes que parecen alinearse en la postura de los nuevos nacionalismos –Trump, Putin, Erdogan, May–. Los jefes de Estado de Francia y Alemania insistieron en la necesidad de preservar un orden mundial basado en los valores liberales, la UE y las alianzas occidentales derivadas de los dos conflictos mundiales. Macron hizo una sutil distinción entre patriotismo y nacionalismo, mientras Merkel atinó a afirmar que todo nacionalismo es, por naturaleza, miope.
Las declaraciones públicas de los antiguos enemigos, reconciliados hoy luego de las atrocidades de dos guerras, contrastaron con el silencio del presidente de Estados Unidos, quien, incluso, no asistió a una ceremonia prevista en el Cementerio Militar, con la ausencia de la primera ministra May del acto principal en el Arco del Triunfo y con la discreta participación de Putin, quien llegó por su cuenta y con los demás presidentes a la ceremonia de la mañana.
La carga política de una conmemoración que –en teoría– debería fortalecer los lazos de las principales potencias en torno a los preceptos que comenzaron a consolidarse luego de la tragedia de los conflictos mundiales, demuestra qué tan opuestas son las posturas de las dos facciones ideológicas que amenazan con partir por la mitad al mundo contemporáneo. Por un lado, la defensa de la apertura, la democracia liberal y ejercicio de las alianzas, y por el otro el aislacionismo y el retorno a ese nacionalismo miope que fue el que desencadenó la guerra cuyo fin, luego de 10 millones de muertos, se celebra por estos días.
No hay que olvidar que fueron precisamente los nacionalismos que condenan hoy Macron y Merkel, y que parecen promover Trump, May y Putin, los que generaron ambas guerras mundiales y sus millones de víctimas. Por eso surge la necesidad de insistir en una reflexión global acerca de los peligros implicados en esta tendencia regresiva y hostil, si el mundo no quiere repetir los horrores que parecían superados, al menos en occidente.
Un nuevo orden mundial, apalancado en la agresividad, la intolerancia y el desconocimiento de la valía del otro sería desastroso y nos pondría en la puerta de un nuevo conflicto cuyas consecuencias no estamos siquiera en capacidad de imaginar.
Ojalá las voces de los enemigos reconciliados, Francia y Alemania, no se queden en los discursos, porque de su capacidad para influir en los políticos y los ciudadanos de los países que dominan el planeta, depende, en gran medida, el futuro de millones de personas que no quieren padecer el rigor de la violencia, la guerra, la muerte y la desesperanza.
La carga política de una conmemoración que –en teoría– debería fortalecer los lazos de las principales potencias demuestra qué tan opuestas son las posturas de las dos facciones ideológicas que amenazan con partir por la mitad al mundo contemporáneo.