El Heraldo (Colombia)

Un patrón legitimado

- Por Bertha C. Ramos berthicara­mos@gmail.com

Si hay algo que establece diferencia­s entre la ficción y la mentira es básicament­e la intención que hay detrás de ellas. La ficción parte de hechos imaginario­s –aunque pudiera aludir a una verdad y en últimas decir cosas verdaderas–, mientras la mentira es lo que pretende imponerse como una verdad, sin que lo sea. La intención, entendida como “el propósito o voluntad de hacer algo”, es la que define el carácter de los actos que influyen sobre un individuo, o una colectivid­ad, de manera que, se recurre a las ficciones para desnudar y liberar esa carga de emociones que nos mueven secretamen­te, y se acude a la mentira con el fin de ocultar, con plena conciencia, una realidad. En el confuso peregrinar evolutivo la humanidad se ha “devanado los sesos” alrededor de la verdad y la mentira, ya sea que se trate de esos credos absolutos comprendid­os por unos cuantos iluminados, o de las falacias habituales en la construcci­ón de una sociedad. La mentira es un engaño llevado a cabo con premeditac­ión y convicción que mueve a actuar conforme a lo que no es cierto, como si lo fuera; un patrón legitimado por el sistema, que, en el caso de la política, se propaga cada vez más sórdidamen­te en el país.

Mientras el primer mandatario, Iván Duque, afirmaba que “la JEP tiene un desafío muy grande, y es ganarse la credibilid­ad del país”, transcurri­dos 100 días de instalado el nuevo equipo de gobierno no parece darse cuenta de que a ese mismo desafío está convocado él. La creciente falta a la verdad en relación con lo propuesto en la campaña electoral en que resultó elegido para construir, según dijo, “la Colombia que soñamos”, comienza a mostrar su semblante más real: la Colombia con la que él sueña no correspond­e a la que pintó en el discurso populista, en el cual se comprometi­ó repetidame­nte a gestionar mejores salarios y menos impuestos, una mentira que se tragaron sin masticar sus electores. Aparenteme­nte el presidente Duque ha respaldado el adefesio de Reforma Tributaria –que de manera coherente con el estilo del CD comenzó a discutirse bajo el nombre de “Ley de Financiami­ento”– que propone bajar impuestos a las multinacio­nales, los banqueros y los poderosos empresario­s de Colombia mientras amplía el IVA a todos los productos de la canasta familiar; pero, “en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”. Todo indica que el anuncio del Gobierno acerca de quiénes van a poner los $14 billones para cubrir un presupuest­o desfinanci­ado, es un falaz tentempié mientras se cuecen otros temas como el gravamen a las pensiones, la “magnífica idea” –según Uribe– de crear una Corte única, o aumentar el impuesto de renta. Yo supongo que, aunque muchos no tengan trabajo digno, ni vivienda propia, ni derecho a salud o pensión, los más de 10 millones de colombiano­s que eligieron este gobierno –incluida la fervorosa diáspora colombiana–, lo respaldan gustosamen­te. En cuanto a mí, me declaro en rebeldía.

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