Un patrón legitimado
Si hay algo que establece diferencias entre la ficción y la mentira es básicamente la intención que hay detrás de ellas. La ficción parte de hechos imaginarios –aunque pudiera aludir a una verdad y en últimas decir cosas verdaderas–, mientras la mentira es lo que pretende imponerse como una verdad, sin que lo sea. La intención, entendida como “el propósito o voluntad de hacer algo”, es la que define el carácter de los actos que influyen sobre un individuo, o una colectividad, de manera que, se recurre a las ficciones para desnudar y liberar esa carga de emociones que nos mueven secretamente, y se acude a la mentira con el fin de ocultar, con plena conciencia, una realidad. En el confuso peregrinar evolutivo la humanidad se ha “devanado los sesos” alrededor de la verdad y la mentira, ya sea que se trate de esos credos absolutos comprendidos por unos cuantos iluminados, o de las falacias habituales en la construcción de una sociedad. La mentira es un engaño llevado a cabo con premeditación y convicción que mueve a actuar conforme a lo que no es cierto, como si lo fuera; un patrón legitimado por el sistema, que, en el caso de la política, se propaga cada vez más sórdidamente en el país.
Mientras el primer mandatario, Iván Duque, afirmaba que “la JEP tiene un desafío muy grande, y es ganarse la credibilidad del país”, transcurridos 100 días de instalado el nuevo equipo de gobierno no parece darse cuenta de que a ese mismo desafío está convocado él. La creciente falta a la verdad en relación con lo propuesto en la campaña electoral en que resultó elegido para construir, según dijo, “la Colombia que soñamos”, comienza a mostrar su semblante más real: la Colombia con la que él sueña no corresponde a la que pintó en el discurso populista, en el cual se comprometió repetidamente a gestionar mejores salarios y menos impuestos, una mentira que se tragaron sin masticar sus electores. Aparentemente el presidente Duque ha respaldado el adefesio de Reforma Tributaria –que de manera coherente con el estilo del CD comenzó a discutirse bajo el nombre de “Ley de Financiamiento”– que propone bajar impuestos a las multinacionales, los banqueros y los poderosos empresarios de Colombia mientras amplía el IVA a todos los productos de la canasta familiar; pero, “en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”. Todo indica que el anuncio del Gobierno acerca de quiénes van a poner los $14 billones para cubrir un presupuesto desfinanciado, es un falaz tentempié mientras se cuecen otros temas como el gravamen a las pensiones, la “magnífica idea” –según Uribe– de crear una Corte única, o aumentar el impuesto de renta. Yo supongo que, aunque muchos no tengan trabajo digno, ni vivienda propia, ni derecho a salud o pensión, los más de 10 millones de colombianos que eligieron este gobierno –incluida la fervorosa diáspora colombiana–, lo respaldan gustosamente. En cuanto a mí, me declaro en rebeldía.