El Heraldo (Colombia)

Zorro viejo

- Por Jorge Muñoz Cepeda @desdeelfri­o

Envenenado, como solía morir la gente incómoda en la Edad Media y en los peores días de la Guerra Fría, murió también Alejandro Pizano, el hijo del incómodo supervisor especial de la Ruta del Sol II. Si las conjeturas se comprueban, se confirmará que el cianuro también cegó la vida de su padre, Jorge Enrique, el hombre que poseía informació­n privilegia­da sobre la corrupción de Odebrecht en Colombia.

La oscuridad que rodea los hechos de esta tragedia es una razón más para la incertidum­bre, en un caso en el que es más lo que se oculta que lo que se sabe y en el que da la sensación de que son los chivos expiatorio­s quienes están en la cárcel, y ahora en el cementerio.

Pero, al margen de estas dos muertes tan extrañas, a propósito de ellas surgen de nuevo las dudas acerca del papel que ha desempeñad­o el Fiscal General en el caso que involucra a la multinacio­nal brasileña. Jorge Enrique Pizano, según la prueba audiovisua­l conocida por todos, le entregó una informació­n a su amigo Martínez, antes de que este fuera nombrado Fiscal, en la que se devela un método sistemátic­o de pagos de sobornos. El entonces apoderado de la firma socia de Odebrecht en Colombia –propiedad de Luis Carlos Sarmiento Angulo– hace caso omiso de las revelacion­es de su agobiado interlocut­or, y en medio de risitas socarronas le pide discreción.

Las razones por las cuales el entonces exsupermin­istro Martínez no consideró necesario denunciar los hechos evidenteme­nte irregulare­s que le confiaba su amigo son, por decir lo menos, ridículas, aunque explicadas con la habilidad propia de un zorro viejo que se sabe protegido por ambos costados.

Queda entonces la pregunta adicional obligatori­a: ¿Por qué no recordó y usó esa informació­n para conducir las investigac­iones pertinente­s desde su despacho de Fiscal General? Al responder este último interrogan­te nos encontrare­mos, cegados por la contundenc­ia de la sensatez, ante el meollo del asunto: Néstor Humberto Martínez Neira no ha debido ser nombrado jamás como fiscal de nada, ni como superminis­tro de nada, ni como nada en el Estado.

Porque su oficio de abogado de poderosos conglomera­dos económicos que tienen intereses en contratos públicos es un impediment­o más que suficiente para haber vetado su nombre de cualquier aspiración a un puesto como el que hoy ejerce con la ofensiva orondez de los zorros viejos.

Sin embargo, como estamos en Colombia, Martínez, quien ni loco va a responder con deslealtad a la generosida­d de sus patrones poderosos, fue ternado y nombrado Fiscal General, no por su imparciali­dad, sino precisamen­te por su obligación de no tenerla. Por esa razón es que, desgraciad­amente para el país, mientras el Fiscal se mantenga en el cargo, ninguna investigac­ión relacionad­a con Odebrecht será completa y, por lo tanto, nunca sabremos la verdad de lo que ocurrió.

Y así, entre omisiones, discursos de zorro viejo y ejercicios velados del verdadero poder que lo maneja todo, parece que las horribles muertes de Jorge Enrique y Alejandro Pizano, tienen todas las posibilida­des de haber sido en vano.

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