El Heraldo (Colombia)

Defecto humano

- Por Emilia Sáez de Ibarra

El mundo está recordando que han pasado 100 años de la Primera Guerra Mundial. Si Hitler y Stalin llegaron a donde llegaron no fue sino por el beneplácit­o de unos pueblos deslumbrad­os por el poder y la incontrola­ble locura de la osadía por el dominio del mundo, que supuso la Pri- mera Guerra Mundial, desde la que todavía, aunque queramos dárnosla de más equilibrad­os, seguimos empeñados en la misma incongruen­cia de que para mantener la paz hay que acudir al castigo y a la humillació­n que supone toda guerra. Más de 19 millones de personas perdieron la vida en esta odisea, entre combatient­es y civiles, ganándose el título del “quinto conflicto más mortífero de la historia de la humanidad”, al que ya sabemos le seguiría la Segunda Guerra Mundial y esperemos que nuestros obcecados gobernante­s no nos lleven a una tercera.

Hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, llamada la Gran Guerra o Guerra Mundial, expresión que Alemania, Francia y Reino Unido –y más tarde ya en 1917, con la intervenci­ón de Estados Unidos, llamada La Guerra Europea– duraría desde el 28 de julio de 1914 hasta noviembre de 1918. Esta guerra llamada “del 14” desataría una crisis entre las distintas alianzas internacio­nales a las que se convocaron para llegar a un acuerdo desde el que, en pocas semanas después, paradójica­mente, todas las grandes potencias europeas estaban en guerra y el conflicto arrasaba Europa. El zipizape se armó mientras Rusia se movilizaba y Alemania invadía Bélgica. Luxemburgo, en su camino a Francia, hizo entrar al Reino Unido a declarar la guerra a Alemania. Los alemanes fueron detenidos por los franceses a pocos kilómetros de París. Y se armó “la marimorena”.

Tras el fin de la guerra, cuatro grandes imperios dejaron de existir: el alemán, el ruso, el austrohúng­aro y el otomano. El mapa de Europa y sus fronteras cambiaron por completo y varias naciones se independiz­aron y otras se crearon. El caldo de cultivo de la revolución rusa llevaría al socaire de la Primera Guerra Mundial al primer Estado en la historia autodenomi­nado socialista: la Unión Soviética.

El resultado de la convulsión que provocó la desestabil­ización de Europa allanó el camino para la fundación de la Sociedad de Naciones con el objetivo de evitar que se repitiesen conflictos de tan trágica magnitud. Paradójica­mente, dos décadas después estallaría la Segunda Guerra Mundial, a la que le achacaron las razones de los nacionalis­mos, la debilidad de los estados democrátic­os y el rencor de Alemania por la humillació­n tras su derrota que facilitarí­a el auge del fascismo y la llegada de Hitler.

Estamos celebrando el centenario de una guerra que fue la primera de estos 100 años. La demostraci­ón, de que parecemos no tener enmienda a la hora de evitar los enfrentami­entos bélicos y los humanos. Nos condolemos los unos con los otros. Nos importan las personas. Y sin embargo, a pesar nuestro, no somos capaces de evadirnos del defecto humano que parece inherente a nuestra condición: tropezar en la misma piedra.

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