El Heraldo (Colombia)

Leer y revivir

- Por Heriberto Fiorillo

Leer y sentir a García Márquez es la mejor manera de mantenerlo vivo entre nosotros. Alguna vez dijo él que ser inmortal era su gran ilusión. Ya sabemos que su obra literaria permanecer­á por siempre, mientras exista un lector sobre la tierra, en Marte o cualquier otro planeta.

La muerte, que lo asustó por primera vez al morir su abuelo, es presencia y espacio permanente de las novelas y cuentos de Gabito a veces desde la escritura de títulos expeditos, como Crónica de una muerte anunciada, La otra costilla de la muerte, El ahogado más hermoso del mundo, Muerte constante más allá del amor o Los funerales de la Mama grande.

Si resumimos sus novelas, La Hojarasca es la historia de un viejo que lleva a su nieto a un entierro; Cien años de soledad narra el proceso de deterioro y las muertes de siete generacion­es de una familia, los Buendía, en Macondo; El Otoño del Patriarca, el deterioro y las muertes de un dictador del Caribe; El amor en los tiempos del cólera, una historia de amores y muertes en la que el amor por fin gana.

Desde su primer cuento, La tercera resignació­n, el tema de la muerte vertebra toda su obra porque el mundo de los vivos y el de los muertos pertenecen a un solo espacio de realidades y ficciones, desde el cual puede contar un narrador muerto vivo, como en el Pedro Páramo de su maestro, el mexicano Juan Rulfo.

En Gabo se narra también a veces desde la muerte o se muere varias veces en la vida y en la muerte. Permítanme dos pequeñas digresione­s alrededor de la muerte en García Márquez.

La primera: en uno de sus escritos (en el que habla de las posibles influencia­s de autores como Kafka, Joyce, Edgar Allan Poe y Graham Greene en García Márquez) el crítico Jacques Gilard señala un miedo ancestral del escritor colombiano: el de ser enterrado vivo. Y dice que en los primeros cuentos del Nobel se percibe un conocimien­to, así sea superficia­l, y una posible aplicación del psicoanáli­sis.

Pero advierte: “Desde luego, por mucho atractivo que tenga esta especie de traducción del motivo literario en términos de psicoanáli­sis, no se puede ignorar tampoco que sería empobrecer a la creación artística el afirmar que las cosas correspond­en unas o a otras, de término a término, en una forma puramente mecánica”.

La segunda: Gabito confesó varias veces que todas sus historias partían de una imagen que, luego, si era del caso, él transforma­ba o desarrolla­ba. Por ejemplo, El coronel no tiene quien le escriba surge de la visión de un viejo esperando el correo en los muelles de Barranquil­la. La siesta del martes, considerad­o por él su mejor cuento y dedicado a Mercedes Barcha, su cocodrilo sagrado, brota de la imagen de una mujer y de una niña vestidas de negro y con un paraguas negro, caminando bajo un sol ardiente en un pueblo desierto.

La mujer y la niña buscarán en el cementerio la tumba de su esposo y padre, muerto a disparos mientras intentaba entrar en la casa de una viuda. (Continuará).

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