El dolor del más acá
Aprincipios de los años noventa, la pintora Tina Celis realizó su primera exposición en la Galería Élida Lara. Tina explicó lo subyacente de su obra: el suicidio. Se inspiró en unas visiones que había tenido; ella creía haber descubierto que los suicidas tenían un destino diferente al resto de los muertos: quedaban atrapados en una zona de dolor y sufrimiento al tomar esa opción antes de tiempo y alterar el orden cósmico. Ese terrible lugar quedaría situado entre el mundo de los vivos y el purgatorio. Quienes la escuchábamos quedamos impactados con la idea, aunque el más convencido era su marido, el pintor Norman Mejía. Desde entonces puse más atención a las noticias conexas, como que Groenlandia tiene el índice de suicidios más alto del mundo, 79 por cada 100.000 personas, y la pobreza y el frío son los factores que más impulsan a cometer suicidio.
Los suicidas “tradicionales” acuden a cortarse las venas, a sobredosis de barbitúricos, ahorcarse o ahogarse, dispararse en la sien, saltar al vacío o a la línea del tren y envenenarse. El cianuro de potasio era un tema casi del pasado hasta 2017, cuando el exmilitar bosniocroata Slobodan Praljak sorprendió al mundo. Le juzgaban en La Haya por crímenes de lesa humanidad durante la guerra de los Balcanes (1992-1995). Como no estuvo de acuerdo con la condena a 20 años de prisión, se tragó en frente de las cámaras de televisión el contenido de un pequeño recipiente. La autopsia reveló que había ingerido cianuro. Este actúa sobre las células de los centros respiratorios del suicida quitándole el oxígeno y provocándole parálisis respiratoria y convulsiones, algo horrible.
La muerte de Alejandro Pizano la semana pasada parece salida de la peor tragedia griega. Próximo a ser padre por primera vez, vino al funeral de Jorge Enrique Pizano, su papá, que había sufrido de cáncer y fallecido dos días antes por un infarto fulminante. Era testigo clave del caso Odebrecht. De la muerte de Alejandro se sabe que fue con su esposa, Eugenia Gómez, a la finca familiar en Subachoque, estando con ella se sentó en el escritorio del estudio –en donde su padre había fallecido– y bebió un sorbo del agua saborizada de una botella que estaba al lado de un computador. A Alejandro no le gustó el sabor y se desmayó. Murió camino al hospital. El cianuro le destrozó el estómago, según el informe forense. El cadáver de Pizano padre fue cremado y nunca se sabrá con certeza la verdadera causa de su muerte.
Los certificados de defunción en Colombia carecen de rigurosidad y casi se toma al pie de la letra la palabra de los dolientes, excepto cuando la causa de la muerte proviene de un hecho violento evidente. En este caso, como había una enfermedad, nadie contempló un posible suicidio o crimen, aunque si se practicara una autopsia psicológica podrían encontrarse indicios. Pizano padre le había manifestado a la periodista Darcy Quinn que prefería suicidarse a ir a la cárcel. Es posible que él, por error, después de muerto, haya dejado, sin haber nacido, huérfano a su futuro nieto. Lo otro, es que este pudo ser el crimen perfecto.